Raya divisoria de riesgosas opciones

Alberto Fernández.

Alberto Fernández.

Por Luis María Serroels

(Especial para ANÁLISIS)

 

Cuenta un relato que en un bar de la zona rural un parroquiano con excesos etílicos trazó una raya en el suelo diciendo que los que estaban de un lado eran imbéciles y del otro unos atorrantes. Alguien que se sintió aludido reaccionó diciéndole que él no era ningún atorrante, recibiendo como respuesta: “no hay problema, pásese para el grupo de los imbéciles”.

Esta anécdota es útil y oportuna para abordar el fenómeno de las fuerzas mayoritarias que pugnan por el poder en nuestro país. Una línea ficticia las separa hasta chocarse con una disyuntiva si se quiere impertinente y complicada de resolver. La cuestión se da cuando a la hora de elegir existen dos fuerzas que tuvieron oportunidad de ser gobierno con aciertos y errores, pero que, ante la falta de una tercera en disputa con firmes pretensiones, obligue al electorado a optar por el mal menor. Sería una pésima receta frente a las rayas de la discordia. Nadie estaría libre de culpa y cargo.

Si se buscasen elementos clarificadores a la hora de decidir, el fenómeno de la corrupción desde el poder ayudaría al discernimiento, pero del otro lado de la línea surgirían cuestionamientos no exentos de razón en tanto se cuenten los pobres de solemnidad. Dos malas opciones terminan construyendo una duda insoportable.

Un electorado expuesto a la resignación le quitaría a la democracia su esencia, su pureza, su espíritu conciliatorio y el clima de convivencia exigible para preservar en la ciudadanía una verdadera paz social.

Cuando Alberto Fernández decidió abandonar el barco del kirchnerismo, entre las durísimas razones invocadas y rociadas con inapropiadas adjetivaciones, faltó la quizás más motivadora de resentimientos: el alto grado de corrupción reinante. Algo que este año no le impidió aceptar el ofrecimiento para encabezar el Frente de Todos.

Podría admitírsele -aunque resulte muy extraño- una eventual falta de la debida información en aquel tiempo, pero hoy, cuando aceptó su candidatura, ya conocía muy bien de quienes se trata el frente electoral que lo sedujo.

Semanas atrás hizo públicas sus críticas al cese de la aplicación del IVA a los artículos de la canasta básica olvidando que en su plan para una eventual gestión presidencial está incluida esta medida como auxilio para el bolsillo. Fernández nunca apoyó la ley del 82 por ciento móvil para la maltratada clase pasiva y fue uno de los que mantuvo silencio cuando Cristina Fernández vetó la norma sancionada por sus propios legisladores (fue cuando junto a ella Sergio Massa aplaudía sonriente).

Las gratuitas imputaciones a Mauricio Macri –de las cuales no pocas mantuvo guardadas antes del ofrecimiento de la ex presidente-, son el resultado de pésimas medidas adoptadas entre 2003 y 2015. Que al inicio de la actual gestión no se haya difundido un pormenorizado y preciso cuadro de situación para que la ciudadanía conozca en detalle lo que se encontró al asumir Cambiemos, no convierte al turno anterior en un dechado de buena administración y alta honestidad.

El sospechoso silencio dentro del Poder Judicial ante el rumor de que el Vamos por Todo incluye una amnistía que deje libres a los corruptos que saquearon el Estado y mande al archivo las graves causas de marcha cansina, alimenta la preocupación. Se está instalando la idea de que habrá una sangría de magistrados y la falta de desmentida generalmente obra como asentimiento.

El macrismo nunca quiso, no pudo o no supo explicar las causas y los riesgos de dolorosas disposiciones, qué réditos se perseguían y eventuales consecuencias en lo inmediato, en un cuadro de desorden heredado (faltó el idioma correcto para la comprensión colectiva). Sería necio desconocerle al gobierno actual el impresionante avance en materia de obras públicas de extrema necesidad para el país y demandadas por años, que hoy pueden exhibir el rótulo de “habilitadas” (no abandonadas a medio construir y hasta cancelados sus costos como trajeron los aires patagónicos desde Santa Cruz).

Las maniobras impulsadas en complicidad con el empleado bancario devenido en empresario de la construcción, Lázaro Báez, como partícipe imprescindible en maniobras dolosas a costa del Estado para convertirse en millonarios, añadieron emprendimientos hoteleros –con huéspedes virtuales- como herramienta para blanquear dinero mal habido.

Groseros sobreprecios en licitaciones cuidadosamente seleccionadas y concedidas a su constructor ad-hoc y una aceitada gama de contratos con otros empresarios de guante blanco pero moral debilucha que caminaban sobre el pasadizo del añejo y familiar cohecho, terminaron atrapados en la red de un ignoto chofer aficionado a anotar todo en un cuaderno, con pelos y señales.

Todo cuanto la justicia viene encolumnando en Comodoro Py (que compromete a numerosos ex funcionarios K, de los cuales varios están entre rejas), donde figura además la propia hija de Cristina Kirchner por complicidad necesaria, parece haber sido borrado de la libreta de apuntes de Alberto Fernández, quien desestima las causas contra Cristina Fernández (si no fuese así no sería hoy candidato).

Ahora es el turno de plantear la situación del macrismo, que en sus casi cuatro años de gestión nunca llegó a entender que la publicidad de los actos de gobierno -profunda, detallada y oportuna-, deviene de un precepto constitucional. El porqué y el para qué, deben estar sobre el escritorio de cada funcionario y de allí que deban ser explicadas las razones motivadoras de durísimas decisiones que, aunque no deseadas, producen efectos muy tristes para vastos sectores.

Informar estas medidas y llevar alguna esperanza a las franjas más desprotegidas, es una asignatura pendiente de los colaboradores de Mauricio Macri y en especial una deuda impaga para con quienes lo ungieron primer mandatario (los planes de asistencia K lo único que lograron fue dibujar mendazmente los índices de falsa ocupación que no eran tales). Este columnista observó desde un principio que el aparato comunicacional del gobierno nacional carecía de suficiente acción, motivación y claridad frente a los problemas que demandaban necesarias explicaciones y justificaciones. La ciudadanía siempre merece saber cuan graves serán los remezones y su costo material y emocional. De todos modos, no deben desconocerse los grandes logros en el ámbito internacional, reubicando a la Argentina en el mundo y recuperando el respeto perdido, amén de abrir más de un centenar y medio de nuevos mercados para las exportaciones. Además, hay que ubicarse en el cuerpo de aquellos que recibieron servicios y obras de infraestructura que jamás imaginaron.

No se puede soslayar que el justicialismo, el más duro crítico del gobierno, porta un pasado imposible de borrar de la historia. ¿Qué cargo se hace de la pésima administración de María Estela Martínez (sucesora de su fallecido esposo Juan Perón), del “lópezreguismo” y de las Tres A?  O del oprobio que significó para el país un presidente que proclamaba “¡Síganme que no los voy a defraudar!”, arruinando la economía con medidas que terminarían mal y que llegó a ordenar la destrucción por explosión de una fábrica militar de armas, para blanquear la venta ilegítima y fraudulenta de material bélico al exterior, ocultándole al país los verdaderos adquirentes. Su “castigo” (ya condenado por la justicia) fue una banca en el Congreso donde disfruta de fueros protectores como una especie de legislador muleto todo terreno.

En este contexto resulta imposible zafarse de ambos lados de la raya en el piso. Ante forzadas opciones ¿quién podrá defendernos? En política no existe el Chapulín Colorado. Un ineludible debate televisivo echará luz sobre la verdad.

Alberto Fernández declaró que “si fuera verdad lo que nos dicen los medios, no nos hubieran votado”. Se olvida de que hace más de dos milenios la multitud eligió a Barrabás.

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