Pedro, un amigo que "por suerte", cayó en la educación pública

Por Eugenio Jacquemain (*)

Hoy les quiero contar la historia de mi amigo Pedro.  Lo conozco prácticamente desde que nació, por ello se los detalles de su vida. Pedro nació en un hogar de clase media argentina, su padre ferroviario, su madre maestra, realizó toda su trayectoria escolar en la escuela pública de su ciudad, jardín, primaria y secundaria. Al finalizar su quinto año (en aquella época no había 6 en la secundaria), siguió estudiando, con mucho esfuerzo de su familia se recibió de profesor.

Pedro había trabajado informalmente mientras estudiaba, DJ, voz comercial en los parlantes de estadios de futbol o peleas de boxeo y también se animó a ser la voz publicitaria y de noticias en una red de parlantes que cubría las calles principales de su ciudad. Una vez recibido, nuestro amigo Pedro comenzó a dar clases, por opción, esta vez propia, eligió la escuela pública pese a tener posibilidades en otras, y si bien tomó horas en escuelas de la ciudad, apuntó principalmente a escuelas públicas rurales o suburbanas.

En esas escuelas rurales, Pedro empezó a sentirse maestro, no solo profesor, algo que no tiene que ver con el nivel donde se dictan las clases sino con el contexto general y como se toma este trabajo, no en vano, toda la rama familiar materna estaba relacionada con la educación, madre, hermana, tíos, abuelos y demás, nutrían de pizarrones el árbol genealógico.

Durante los maños de ejercicio, Pedro vivió las alegrías y tristezas de la educación pública de la Argentina, la falta de caminos intransitables cuando caían dos gotas, la inexistencia de bancos, pizarrones o aulas, bajos sueldos y condiciones laborales inadecuadas, pero también conoció la riqueza de poder compartir la enseñanza y aprender, junto a otros profes y alumnos que “la remaban en dulce de leche” como solía decir nuestro amigo.

A nuestro amigo Pedro lo tentaron muchas veces con el “tráete todas las horas al centro, te queda más cerca”, pero una y otra vez, su pasión por la escuela pública y ese contexto rural, hacía que las desestimara, no en vano, por dentro creía que era una forma de devolver todo lo que le habían dado desde la escuela pública en otros momentos.

Además, Pedro es un poco loco y soñador, bueno, ¿qué docente no es un poco de esas dos cosas?, y en el medio de su carrera docente, “cayó en la universidad pública” como alguna vez alguien dijo. Nuevamente a estudiar, rendir y obtener el título, el primer egresado universitario de la familia, título que acompañaba el de docente que tanto orgullo le había dado a sus padres y abuela.

Mientras tanto, se indignaba y reclamaba por esa escuela pública ante cualquier gobierno. Por lo que considera justo, caminaba las calles junto a otros docentes sin importar que los miraran feo o les gritaran “trabajan cuatro horas y tienen tres meses de vacaciones y se quejan”, las suelas de zapatillas y zapatos se gastaban dignamente en ese asfalto que las recibía en sus reclamos.

En los últimos años de su carrera, vio recibirse   a su sobrino y a su hija en carreras relacionadas con la salud, hoy dos jóvenes profesionales con una excelente formación académica, ¿adivinen dónde? Si, en la Universidad Pública

Nuestro amigo Pedro no se quedó solo con ello, un par de meses luego de jubilarse, terminó una carrera universitaria relacionada con la comunicación social, imagino que no preciso contarles que lugar eligió para estudiar, aún teniendo un poco más de 50 años.

Durante todos estos años que les cuento, Pedro no cerró los ojos ni se tapó los oídos, mucho menos hizo silencio. Alzó la voz más de una vez por los presupuestos, por lo que veía eran injusticias, por las condiciones laborales docentes o del estudiantado, por los caminos o el transporte, por el ninguneo de los gobiernos, de todos, como corresponde.

Hace unos días Pedro me contó que, nuevamente, se le escaparon unas lágrimas de emoción, su hija le había dicho “papá, estoy en el Abrazo al Hospital de Clínicas reclamando por el presupuesto universitario y de salud”. No me negó que tuvo un poco de miedo, el que el escondía en todo momento cuando escribía, hablaba o decía algo en otras épocas, pero ¿qué le iba a decir el a su hija? ¿que se vaya a la casa y deje que lo hagan otros?

Ayer volví a hablar con Pedro, estaba en la casa emocionado de vuelta, su hija estaba en la marcha federal por el presupuesto de las Universidades Públicas junto a miles de jóvenes que, en distintos lugares del país, pedían que se los escuche. Pedro está orgulloso, sigue con ese temor a “que pase algo”, que se termina ni bien sabe que todo está bien y ahí vuelve a explotar el orgullo, algo que no impide que un par de cristales transparentes más, se deslicen por su rostro.

Hoy les quise contar la historia de Pedro, uno más de los miles y miles de argentinos que cayeron en la educación pública y están orgullosos de ello. Un lugar cuna de premios Nobel, de científicos reclamados en distintos países del mundo, vapuleada por los gobiernos que deberían apuntalarla y por sectores de poder que quieren hacer negocios o ven peligrar los suyos, denostada por otros a los cuales no les conviene un pueblo donde este derecho esté vigente, aunque para algunos, ni siquiera sea un derecho.

Ayer vimos una marcha en distintos puntos del país, nutrida especialmente con jóvenes comprometidos, jóvenes que, para algunos sectores, hace cuatro meses eran librepensadores y motorizadores de una nueva Argentina y hoy los acusan de haber sido llevados como marionestas, engañados por obscuras razones.

Sí, es cierto que a la marcha la acompañaron ajustadores seriales de otros años que también “ahorraban en educación y salud”, pero allá ellos con sus miserias y demonios, reclamar hoy, no significa perder la memoria.

Que no nos corran con amenazas demagógicas de auditorías, solamente basta ejecutar los mecanismos legales y constitucionales previstos y las irregularidades, si existen, sacarlas a la luz y sancionar como corresponde que nadie se va a oponer. Que no nos corran con el “tren fantasma” de la presencia (ignorada, salvo por los medios) en el reclamo de antiguos ajustadores, cuando en la propia casa tienen los túneles del terror y a plena vista.

Circunscribir el multitudinario reclamo del día de ayer a la presencia de Massa & Cía., en la marcha o a un supuesto rechazo a las auditorías, es que “no la ven”. Ayer marcharon y reclamaron, miles y miles de jóvenes apartidariamente, había kirchneristas, radicales, de izquierda, de centro, libertarios, de Juntos, del Pro y de otras corrientes, muchos de ellos seguramente votaron hace unos meses al Presidente que hoy legítimamente nos gobierna y no están de acuerdo con esto.

Se quiere una Argentina donde los Presidentes duren cuatro años, durante los cuales escuchen a la gente y corrijan lo que tengan que corregir, que no se asusten, ofendan o enojen por la gente en la calle, tan solo que escuchen y no se avergüencen de dar marcha atrás si se equivocan.

Hay mucho para mejorar en la educación, todos aquellos que intervienen deben hacer una autocrítica y avanzar, lo mismo en salud, pero el ajuste no es la solución.

(*) Publicado en Orilla y Media TV

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