El diablo que cargaba las armas

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El arsenal que tenía guardado Rosenbrock y nadie quiso investigar

D. E.

Ricardo Rosenbrock hacía ya un buen tiempo que tenía residencia en Victoria, donde cumplía una pena de prisión condicional, como etapa final de la condena a 20 años que se le aplicara a principios de los ’90, por un horrendo crimen cometido en Paraná. Allí terminó recalando después que la Justicia hiciera lugar al pedido de su hermano Eduardo, para que dejara la cárcel de Gualeguay donde se encontraba y pasara a la unidad de menores de Victoria. Los mismos camaristas que lo condenaron por el alevoso crimen de Ursula Sueldo –en diciembre de 1989- hicieron la excepción con el preso en función de sus avances como recluso (tenía calificaciones de 8 y 9) y para que poco a poco pudiera reinsertarse en la sociedad, trabajando con su hermano, dueño de un campo en Molino Doll.

Pero está claro que la Justicia nunca controlaba sus movimientos ni se preocupaba demasiado. Esa noche del viernes de abril del año pasado, Rosenbrock estuvo en su casa hasta pasadas las 19,30. Algunos allegados indicaron que se había puesto muy nervioso por la presencia imprevista en su vivienda de alguien relacionado a la Policía de Entre Ríos, con quien habría mantenido una fuerte discusión. Nunca se supo de los motivos de esa supuesta reunión reservada.

Rosenbrock salió en su camioneta y por algunas horas, en soledad, quedó bebiendo en uno de los bares con algunas alternadoras, ubicado en las adyacencias de la ciudad e incluso tuvo una fuerte discusión con algunos parroquianos, pero no pasaron a mayor, porque en un momento, el ex recluso sacó la pistola y amenazó con disparar si continuaba la discusión. Salió del lugar y partió hacia su casa, en calle Vélez Sarsfield. En uno de sus bolsillos llevaba algo más de 4.000 pesos. Eran no más de las 21,50 cuando bajó de su camioneta 4 x 4, una flamante y costosa Dodge Ram 2500, después de estacionarla a metros de su vivienda, para ingresar a su domicilio e incluso la dejó en marcha. Nunca se supo qué fue exactamente lo que le sucedió con su pistola 9 milímetros –con un cargador de trece cartuchos-, importada, de la que se ufanaba de manipular como un niño con su pelota. La pistola se accionó por una mala maniobra -al parecer cuando se le estaba por caer y trató de agarrarla antes que llegue al suelo- y los efectos del alcohol le jugaron una mala pasada a los reflejos que decía tener intactos. La bala ingresó por el abdomen -pasando por debajo del chaleco antibalas que lo acompañaba desde siempre y que ya estaba vencido- y salió en lo alto de la espalda. El disparo destrozó internamente a Rosenbrock, quien se desmoronó y quedó sentado, apoyado con la espalda en la camioneta. Justo en ese momento pasaba un remisero, que incluso alcanzó a escuchar el disparo y se bajó rápidamente, junto a una compañera de trabajo que también iba en el vehículo. Chicharra estaba aún con vida, pero inconsciente, con los ojos en blanco, según relataron. Fue una cuestión de no más de dos minutos. Rosenbrock se murió desangrado. Ni siquiera tuvo tiempo para tomar el celular y llamar a alguien. Se murió.

Sorpresas de un allanamiento

Al día siguiente de su muerte, la justicia de Victoria –a cargo del juez José Alejandro Callejas y la delegada judicial Flavia Villanueva-, allanaron el domicilio de Ricardo Rosenbrock, ubicado en Vélez Sarfield 791. No podían creer el arsenal que tenía el muerto: una pistola Bersa, una escopeta recortada 12/70; dos fusiles Mauser; una mira telescópica; no menos de 50 cajas de cartuchos y una bolsa de mediana capacidad con proyectiles de fusiles. Varias pistolas revólver, de distintos calibres y una escopeta. Una granada de fusil explosiva antitanque; una granada 762; una caja con 200 cartuchos para pistola calibre 765; una picana eléctrica de mano; un juego de esposas; otra mira telescópica; sables, bayonetas, cuchillos varios de caza; ropas de combate, chalecos tácticos. La mayoría de ese material de guerra era importado; o sea, de alto costo y al que no se accede si no existen contactos suficientes para comprarlos. Hubo algo que los sorprendió: numerosos proyectiles de alto calibre, con la punta limada, a las que le había colocado un veneno fulminante. En una caja fuerte había 32.000 euros y una lista de supuestas “personas a ejecutar” por Rosenbrock, por motivos no especificados.

(más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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