Por José Carlos Elinson

Se ha dicho, y es cierto, que el periodismo es una institución con identidad propia en el ámbito de la República. Esto no es una ofrenda, es una responsabilidad a ejercer en lo cotidiano, tomando distancia de toda contaminación que pueda torcer el rumbo de las convicciones que se vuelcan en el papel, que se dicen en el micrófono o frente a las cámaras.

Este 7 de junio encuentra al periodismo sumido en sus cotidianidades, entre las que se profundiza la orfandad a la hora de la denuncia puntual.

La falta de reacción desde los sectores del poder, a excepción de algunas apariciones de la justicia en las personas de fiscales y jueces no sumados a sorderas preocupantes, hace al desequilibrio social que pone a este oficio en espacios de marcada vulnerabilidad por el sólo pecado de decir lo que pasa, actitud fundacional y permanente del periodismo independiente en todas sus expresiones.

Pocos días atrás un legislador y dirigente gremial lanzó al aire una velada amenaza de muerte contra un periodista y debió ser el propio hombre de medios quien radicara la denuncia en una fiscalía, cuando en realidad el sentido común en un Estado de derecho hace suponer que sería la Justicia, actuando de oficio ante tremendo dislate, la que inmediatamente tomaría cartas en el asunto.

Es decir, el periodismo debe contar lo que ocurre, denunciar todo tipo de tropelías cometidas desde el poder, ejercer el contralor de los poderes del Estado en nombre de la opinión pública, y a la vez hacerse un lugarcito para acudir al Poder Judicial a exponer lo que la lógica marca que éste debería, de manera oficiosa, abordar con la misma celeridad que se le imprimió al agravio.

Pero esto no tiene por qué, y de hecho no debe, ser un derecho exclusivo del periodismo. La sociedad en su conjunto debería tener la tranquilidad de una justicia atenta y diligente en casos de extrema gravedad.

El periodismo no es, aunque algunos aún desde adentro pretendan que lo sea, una casta diferente al resto de la ciudadanía. Acaso más expuesta por estar todos los días en los medios para cumplir con los mandatos de la actividad que lo define, pero con los mismos derechos y obligaciones que el resto de los oficios y profesiones que tienen su espacio en la sociedad.

De cualquier manera, no todo es plausible en el oficio. Con el correr de los años, personajes extraños al periodismo han invadido la cotidiana comunicación y esto genera bolsones de impurezas que terminan enquistándose en los medios y que, muchas veces, por prepotencia económica permanecen allí ofreciéndose al mejor postor o haciendo mandados inconfesables.

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS del miércoles 7 de junio de 2017)