Las últimas horas de Lencina

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Anticipo exclusivo del libro Las flores de Fernanda (historia de un secuestro), de Daniel Enz, próximo a salir

La muerte del principal imputado por el secuestro de la joven Fernanda Aguirre, Miguel Angel Lencina, siempre fue una incógnita. Apareció colgado en un patio de la celda de la Comisaría Quinta de Paraná y su deceso de inmediato se determinó como consecuencia de un suicidio. Sin embargo, alrededor de su fallecimiento aparecieron gruesos errores en la investigación judicial, que nunca citó a declarar a personal de la División Homicidios –de quien realmente dependía el ex recluso- ni tampoco se profundizó sobre los extraños traslados que sufría casi diariamente. Una tarde lo sacaron a las 16.10 y lo regresaron a su celda al día siguiente, poco antes de las 5 de la madrugada, pero nadie le pidió explicaciones a los policías. Lencina fue coaccionado y sufrió apremios ilegales, pero optó por no denunciarlos. Varios de estos datos aparecen en el capítulo IX de Las flores de Fernanda (historia de un secuestro), el nuevo libro de Daniel Enz sobre el caso de la niña de San Benito, que ANALISIS publica en exclusivo y que la semana próxima estará en la calle.

“Doctora, nos tiene que dar una mano en esto. Usted, que está cerca de los Lencina, tiene que ver la forma en que este hombre nos diga dónde está la piba”, le dijo por teléfono a Nora Lanfranqui el jefe de la División Homicidios, Carlos Catena, poco después de la detención de Lencina.

La abogada se sorprendió con la comunicación. Por lo general, no la llamaban a su celular hombres de la Policía de Entre Ríos. “Déjeme ver que puedo hacer, Catena”, le respondió, sin dejar mucho margen para continuar el diálogo. Subió al auto y enfiló hacía calle Hernandarias al final, donde viven los Lencina.

Esther Torres estaba tomando unos mates con su marido, rodeada de sus teros, sus perros y algunos de sus nietos. Lanfranqui la encaró y le planteó lo que le había pedido Catena.

-¿Quieren que colaboremos después de la garroteada que me dieron estos hijos de puta? -se indignó Esther.
-Les dije que se les había ido la mano, que esas cosas no se hacen, menos en estas circunstancias. Y se disculparon. Sucede que los muchachos están algo nerviosos también; hay que entender… Tienen a toda la prensa nacional encima, el gobernador pidiendo explicaciones todo el tiempo, no es fácil, Esther.
-Bueno, está bien, si usted me lo pide, yo trato de darles una mano. ¿Qué es lo que hay que hacer?
-Quieren que trate de hablar con Miguel, a ver qué le dice.
-¿Ahora?
-Si, quieren que la lleve ahora.

Lencina había ingresado a la Comisaría Quinta a las cinco y media de la mañana del sábado 31 de julio. La seccional policial -ubicada en el populoso barrio La Floresta- siempre estuvo identificada con casos de apremios ilegales y hasta las desapariciones de algunos jóvenes, a comienzos de la década del noventa. Miguel quedó incomunicado en una celda ubicada a unos diez metros de la puerta principal. Ese día, a las 13.30, le llevaron el almuerzo y no quiso aceptarlo. “Estoy en huelga de hambre hasta que me digan por qué me tienen acá y de qué me acusan”, le manifestó al guardia. Una hora después llegó personal de la División Homicidios junto a un médico policial; le hicieron la revisación de rutina y se fueron. A las 14.35 fue trasladado al Juzgado Federal de Paraná, a prestar declaración indagatoria ante el fiscal Mario Silva. Tuvo que esperar hasta poco después de las 17. En ese ínterin preguntó por su mujer. Sintió que lo estaban tratando bien, así que optó por no quejarse ni hablar demás.

-¿Le puedo escribir una carta a mi esposa? -le consultó a uno de los funcionarios judiciales.
-No creo que haya problemas.
El funcionario pidió la autorización, nadie se opuso y retornó con un par de hojas membretadas y una birome.
-¿Se la van a dar a la carta? -preguntó desconfiado.
-Hoy mismo.

Le retiraron las esposas y se puso a escribir en las hojas, debajo del encabezamiento, que decía “Fiscalía Federal de Paraná”:

“Hola amor mío, ¿cómo estás? Yo sin ganas de vivir. Vos sabés que para vivir en estos, no con estas cosas y esta injusticia y lejos de todo de mis dulces cosas que son nuestros hijos. Amor, no te pongas mal. Todo va a salir bien. Vos sos inocente como yo pero lamentablemente nos han cortado las alas que tanto queremos. Si me llega a pasar algo cuidá de los chicos que yo desde el cielo los voy a estar cuidando. Y más allá de lo que digan de mí, siempre hablale a los chicos de mí. Y deciles que los amo con todas las fuerzas del alma y que su papá no es un secuestrador, ni violador. Y con respecto a vos, lamento con el alma que estés pasando por esto, amor. Siempre serás la persona y la mujer que alimentó mi vida, pero estoy dispuesto a dejar de existir a sufrir esta injusticia. Yo no sé qué harás, pero quiero que sepas que voy a morir pensando en vos y en el cielo te esperaré. Amor, me despido de vos y de los chicos. Con todas mis fuerzas y nos vemos muy pronto en el cielo. Te amo. Miguel, tu esposo.”.

Lencina agradeció la atención e ingresó a declarar ante el fiscal Silva. Lo llevaron de regreso a la comisaría a las 21.25. Los hombres de la División Homicidios -quienes tenían el control de Lencina- se quedaron en la dependencia policial hasta las 22.10, según consta en el Libro de Guardia. Al parecer, en ese lapso se produjo el primer apriete; habían esperado a que declarara primero. Le llevaron la cena a las 22.50, pero de nuevo la rechazó. “No voy a comer y no me jodan”, avisó desafiante.

El domingo volvió a adoptar la misma actitud a la hora del almuerzo. El jefe Ernesto Geuna llegó a las 13.30, fue hasta la celda de Lencina y le dijo un par de cosas sobre la necesidad aportar datos sobre la desaparición de Fernanda, pero no obtuvo ninguna respuesta. Lencina parecía no verlo; era como que no había nadie delante de él. Sin lograr su cometido, Geuna abandonó la seccional a las 14.45. Antes de retirarse, avisó que Esther Torres podía hablar con su hijo, pese a que estaba incomunicado, según lo dispuesto por Silva.

La mujer llegó con Nora Lanfranqui a las 16.55. En la puerta de la comisaría las esperaba Carlos Catena, a cargo de la investigación de acuerdo a las directivas de Geuna.

-Doctora, le quieren hablar por teléfono -dijo Catena, mostrándole a Lanfranqui el celular y alejándola de la madre de Lencina.
-¿Quién es?
-El gobernador.

Jorge Busti siempre tuvo una buena relación con la abogada. Le insistió para que tratara de sacarle información a Lencina y también le pidió que luego fuera a la Unidad Penal de Mujeres a hablar con Mirta Cháves.

“Doctor, yo no voy a entrar a hablar con Lencina porque él me conoce y quizás se moleste con mi presencia, pero sí hablará con él mi socio. Mejor me voy a la cárcel de mujeres directamente”, le explicó Lanfranqui al gobernador.

Esther Torres y el joven abogado Humberto Franchi ingresaron a la celda. Estuvieron no más de cuarenta minutos.

-Mire Miguel, estoy aquí para tratar de defenderlo en el caso, ante la grave acusación que existe sobre sus espaldas y en la medida en que usted me cuente qué fue realmente lo que pasó, lo ayudaré -arrancó Franchi.
-Yo no tengo nada que ver con el hecho, doctor. No estuve en Paraná, sino en San Martín de las Escobas el otro fin de semana.
-Trate de sincerarse; su mujer nos acaba de decir otra cosa. Nos reconoció que estuvo con usted en Paraná -le retrucó el letrado, ensayando un ardid, puesto que nunca había estado con Cháves.
-¿Cómo que Mirta dijo eso? Es mentira, es mentira, estuve en la provincia de Santa Fe.

Lencina no se movió de sus dichos. Es más: hasta le contó en detalle al abogado lo mismo que le había dicho el día anterior al fiscal Silva. Franchi, que había llevado una libreta de apuntes, anotó cada uno de los puntos. Esther sabía que su hijo mentía: había estado con él en su casa ese fin de semana. Pero no dijo nada. En un momento, el abogado se alejó para ver si Miguel le confesaba algo a su madre, pero tampoco habló.

Franchi y Esther Torres volvieron a concurrir a la comisaría el lunes 2 de agosto a las 11.20. Llegaron acompañados por el comisario Catena, pero el policía se quedó en la entrada. La visita se frustró a los diez minutos cuando llegó un aviso que comunicaba que un grupo de vecinos estaba yendo hacia el lugar para copar el edificio y linchar a Lencina.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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