C. C.
Siempre que viene Pedro Aznar a Paraná hay que tratar de ir a verlo. Sus recitales exceden lo estrictamente musical para convertirse en un punto de encuentro realmente vivificante. Quizás, una de las mejores propuestas que anualmente propone la Alternativa Musical Argentina en su vasto repertorio de artistas y géneros que conforman sus temporadas.
El ex integrante de Serú Girán y Pat Metheny podría vivir de su propio bronce, obtenido en buena ley con la mística que le han dado estos dos antecedentes, entre muchos otros. Sin embargo, ha elegido el difícil camino de la construcción de nuevos lenguajes musicales (podríamos decir culturales también) para expresar su arte compositivo e interpretativo. Y ser entonces uno de los puntos más altos de la música popular argentina.
En el concierto que brindó la noche del sábado en la sala de la Biblioteca Popular del Paraná, una vez más confirmó su poder de convocatoria, su impecable profesionalismo y esa virtud de entablar una fluida comunicación con su público y obtener de éste su complicidad devota. Todo el tiempo Aznar le exige a su público pensamiento, reflexión y compromiso, lo mismo que hacen él y sus músicos. Pues sabe que tiene seguidores atentos al contenido de su obra y por eso se brinda en cada encuentro para mostrarles nuevos mundos que va descubriendo también él: mundos musicales, literarios y emocionales.
El sábado comenzó con Oración y El beso, de su último disco, Mudras, el cual vino a presentar formalmente. Tras esos temas, Aznar manifestó lo bien que se siente cada vez que viene a Paraná y presentó a su nueva banda, que lo acompaña en gira: Facundo Guevara en percusión -incorporación reciente- y Andrés Beeuwsaert en teclados y voces -ya hace un año que está con el autor de Fotos de Tokio-. El recital continuó con un set de tres zambas, Romance de la luna tucumana, de Atahualpa Yupanqui; Zamba del carnaval, de Cuchi Leguizamón, y El seclanteño. A partir de allí comenzó a recorrer otros lugares de Latinoamérica con Décimas y Fue hora, la primera una pieza de autor chileno y el segundo un poema musicalizado de Pablo Neruda. En el diálogo que siempre acostumbra a mantener con los espectadores, Aznar anunció que dentro de los anticipos que brindaría habría temas de un disco que saldrá dentro de dos meses, un homenaje a la música de Brasil. De ese proyecto, entonces, interpretó Alcira y la torre y una canción escrita por Gilberto Gil, titulada La paz. Dos horas de una intensa comunión con su forma de concebir los sonidos fue lo que vivió la gente -de distintas edades- que colmó la sala, que se emocionó con determinadas canciones; cada uno encontrando en ellas el reflejo de sus propias historias, disfrutando del momento coreando, aplaudiendo y respondiendo a cada pedido de Aznar de acompañarlo en los ritmos. Dos horas que se completaron con otro tema de Mudras, llamado Subte; el estreno de Lina de luto, y dos hermosas pinceladas con Muñequitos de papel y Dicen que dicen, de su álbum Parte de volar. También hubo un tiempo para una intervención solitaria donde Guevara se lució con una improvisación en percusión. Y antes de eso uno de los momentos más emotivos con la interpretación de Ya no hay forma de pedir perdón, del recordado disco David y Goliat (1995), su conmovedora versión en castellano del tema de Elton John. Dicen que dicen fue el cierre del recital, con lo que fue ovacionado de pie por todo el auditorio. Los tres músicos se abrazaron y saludaron hacia la platea y el palco. Luego volvieron en un bis con varios idas y vueltas que duró 20 minutos más. En ese tramo, brillaron una versión de Tomorrow never knows, de The Beatles, y un set acústico especialmente para otra llamada Reviens, en francés, donde los tres, sentados en el borde del escenario y sin micrófonos, improvisaron una suerte de fogón. Luego partieron definitivamente, tras una velada con un sonido impecable desde el aspecto técnico y con muchas sensaciones agradables desde lo emotivo.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
