Memorias del fuego

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Reportaje con Hugo Ernesto Pettenati, uno de los militantes que participó de la experiencia de Taco Ralo

Juan Cruz Varela

“Lo que voy a contar es lo que yo viví, que es decir, lo que vi, lo que escuché, lo que me quedó sellado en el cuero y en el alma; voy a contar la historia sin representar a nadie, sin la pretensión desmesurada de ser portador de la memoria global; no existe. Cada uno se para ante la vida de una manera única y ve lo que ve, escucha lo que escucha y cuenta lo que cuenta de acuerdo al revoltijo que lleva adentro y que se hace más revoltijo según pasan los años”, dice Jorge Giles en el comienzo de su libro Allí va la vida. Algo de eso es lo que describe Hugo Ernesto Pettenati, Jajá, un tipo que nació en Paraná, vivió y militó en Buenos Aires, participó de esa fallida experiencia de guerrilla rural que fue Taco Ralo en 1968, se fugó, lo atraparon, lo torturaron en la cárcel y hoy vive, “con una jubilación de mierda”, pero fiel a sus principios y convicciones, digno, coherente y con los mismos ideales de entonces a cuestas. Mientras, se reúne todas las semanas con viejos militantes para procurarse cosas indispensables y ahora para propugnar por la salida de una ley reparatoria para esa generación.

Nació en 1941 en Paraná, en el seno de un hogar sumido en la extrema pobreza, lo que hizo que recién conociera a su madre cuando era un adolescente que había escapado del Hogar de Niños, un colegio de internados ubicado en calle Hernandarias, en el Barrio Gazzano, y por intermedio de una tía que lo llevó a vivir a Mataderos, en la provincia de Buenos Aires. Para ese entonces ya corría el año 1957, gobernaba la autodenominada Revolución Libertadora y Hugo Ernesto Pettenati había trabajado en una fábrica de heladeras, hecho el Servicio Militar y por entonces cumplía tareas en un taller mecánico.

“En ese momento empecé a militar en la Juventud Peronista. Comenzamos a vernos, a charlar con un compañero cuyo padre tenía un bazar que estaba a la vuelta del taller. Pero era todo clandestino, porque en esa época no se podía ni nombrar a Perón. Nos reuníamos en el famoso local de Lavalle y Esmeralda y teníamos discusiones. Ahí conocimos a Cachito El Kadri, se conformó la Mesa Ejecutiva de la Juventud y también estaba el comando de organización, que después tuvo que quedar de lado”, recuerda Jajá, el apodo con el que lo conoce todo el mundo. Y continúa: “Luego se formó el Movimiento de la Juventud Peronista y sacábamos el diario Trinchera. Era una época en la que había mucha efervescencia política y gremial porque el peronismo no podía ir a elecciones y todos los días hacíamos manifestaciones relámpago. Sin embargo, conseguimos organizar el movimiento en todo el interior del país: se conformaron células y se hicieron actos para conseguir fondos para seguir adelante con la lucha. Recuerdo que éramos muchos, porque había un montón de movimientos que luchaban en la calle. Y también había organizaciones armadas”.

Habla mucho y sin pausa, aunque por momentos lo reconoce: “Vos preguntá, cualquier cosa, ¿eh?”, lanza cada tanto. Pero siempre evita hacerlo en primera persona. No hace ninguna mención a su familia, ni a su infancia. Sólo a regañadientes comenta lo duro que fueron aquellos primeros años de vida. Y de hecho se le notan en el rostro y en el cuerpo, que acusan más de los 64 años que en realidad tiene.

Pero no detiene su relato entusiasta: “En esa época nosotros veíamos que la cuestión era reclamar por la vuelta de Perón, pero a través de una guerra popular y prolongada porque notábamos que la cosa no sería corta, que había elecciones pero el peronismo estaba prohibido y proscripto y al poco tiempo volvían los militares. Entonces empezamos a hacer una organización horizontal que cada vez se fue haciendo una más y más grande. Éramos miles de personas”. Así nacieron las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), una organización político-militar revolucionaria que apostaba a consolidarse en el marco de una “guerra popular y prolongada”, como dice, para lograr la participación masiva del pueblo.

-¿Cómo se toma la decisión de alzarse en armas?
-Nosotros veíamos que la vuelta de Perón y la toma del poder, en ese momento, no se lograban ni a través de elecciones ni con la lucha gremial. Entonces decidimos que había que hacer una organización político-militar e independiente, con una dirección, destacamentos y con nuestra propia política, y cuando se pudiera participando en los sindicatos y en las fábricas. Pero entendíamos que esa lucha sería larga porque había que generar conciencia en la población. Así fue como comenzamos a hacer algunas operaciones. A las armas había que conseguirlas acá, primero a través de distintas células porque si no te hacen pomada, hasta que la orga se desarrollara y se formara el ejército. Fuimos creciendo, cada destacamento tenía casas para reunirse aunque cada uno no supiera dónde estaban para que cuando nos detuvieran no pudiéramos decir nada; teníamos una casa especial con médicos por si en alguna operación alguien resultaba herido, es decir era una or-ga-ni-za-ción.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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