Opinión y salud: ¿derechos comprometidos?

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Reflexiones de cierre

Luis María Serroels

Siempre se ha sostenido, y no sin razón, que todos los derechos son relativos. Pero el derecho a la libre expresión de las ideas por la prensa debe ser quizás el menos relativo. De hecho, si se compromete la libertad de prensa quedan en riesgo todas las demás libertades.

Entre quienes han optado por la profesión periodística -ejerciéndola con seriedad, dignidad, valor y honestidad intelectual- y la sociedad en su conjunto se genera un acuerdo tácito mediante el cual ambas partes buscan caminos cada vez más limpios para su orientación, con voces plurales que se ofrecen como alternativa e ideas que apuntan al debate abierto para construir la verdad y asegurar el imperio irrestricto de las instituciones.

Ese camino a menudo es sembrado con obstáculos desde diversos sectores, y principalmente desde el poder político, porque no existe picadura más urticante que la lanceta acusadora de la prensa en la piel de los que se sirven de circunstanciales posiciones dominantes para vulnerar las leyes, socavar las bases de la república y armar cotos personalistas para el aprovechamiento de la inmoralidad como útil herramienta.

Los atropellos e intromisiones contra la prensa escriben todos los días algún renglón degradante en el libro negro de la intolerancia, porque no se comprende que ninguna campana suena más agradable que la de la crítica, porque de ella se debe valer el gobernante para una rectificación oportuna y una corrección apropiada.

Los controles sobre la prensa son disímiles. Se producen bajando programas y periodistas en los medios administrados por el Estado, silenciando sus voces y por ende privando al ciudadano de escuchar e incorporar nuevas ideas y opiniones. O también eliminando a los medios no funcionales a la conveniencia del gobierno de las pautas publicitarias oficiales.

Paralelamente, se destinan jugosas cifras para concertar alineamientos y como un modo de incentivar los mensajes laudatorios que se someten al pensamiento único, complementados con sospechosos silencios a la hora de callar lo que puede molestar al establishment.

Pero también -y esto es lo que más preocupa por estos días- cuando se aprovecha cualquier ocasión para utilizar el micrófono y arremeter contra la prensa mal llamada opositora, cuando se trata de simples manifestaciones del disenso o discrepancias que sensibilizan la epidermis del poder, despertando reacciones destempladas que no sólo suponen agresión a preceptos constitucionales, sino que constituyen un cercenamiento del derecho del lector a escoger y especialmente un grave menoscabo a su capacidad de discernimiento.

La Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas ha salido al cruce de expresiones coincidentes que, con pocas horas de diferencia, emitieron el Presidente de la Nación y su esposa. Ambos descalificaron a algunos medios de prensa, sugiriéndoles de qué modo deben desempeñar su línea editorial, aconsejándoles qué métodos de trabajo deberían emplearse en la relación entre redactores y editores y hasta cuestionando falta de calidad intelectual e ineficiente nivel de investigación. Es saludable que no todos los lectores estén de acuerdo al momento de leer, ver o escuchar noticias, opiniones, comentarios o editoriales sobre el grado de idoneidad de quienes están detrás de estas herramientas que se someten a la aceptación, la credibilidad o el rechazo.

Ese derecho a evaluar y reaccionar íntimamente según le parezca le es reconocido al doctor Néstor Kirchner en tanto ciudadano protegido por la carta magna. Pero en su condición de primer mandatario, y por eso lo arduo y difícil de su posición, no debería perder los estribos contra la prensa, desnudando debilidades impropias de quien cuenta con todos los instrumentos para responder.

Los estadistas no están obligados a sacudir panderetas ni bailar de satisfacción frente a las críticas o discrepancias que originan sus acciones y conductas. Sí, en cambio, tienen como imperativo admitir, respetar y enfrentar reflexivamente estas situaciones y, con la grandeza y magnanimidad propias del poder bien ejercido y sus emergentes responsabilidades, aceptar esas expresiones del pensamiento diferente y responderlas con mesura, sin sarcasmos y sin histerias.

¿Qué mejor para un Presidente que poder neutralizar y desarticular con verdades irrefutables cualquier tipo de deformación de la realidad que por allí pueda difundirse? ¿Acaso cada aventura periodística no se expone a la inapelable descalificación social del mentiroso y la pérdida de seguidores por la defraudación a su confianza y buena fe? Si como toda respuesta se agravia a los medios y los periodistas se está denunciando carencia de argumentos y considerando a la sociedad, que de esa prensa se nutre, una masa informe, limitada en su capacidad de análisis a la hora de premiar y castigar los excesos y abusos que se puedan cometer a través del periodismo. ¿Alguien duda acaso de que el doctor Kirchner posea los medios y las formas para dar todas las respuestas sin apelar a innecesarias confrontaciones?

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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