Una noche de cacería

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Tiroteo, amenazas y encubrimiento policial, tan difíciles de erradicar

Jorge Riani

Se lo conoce como el caso del “tiroteo por error”. Nueve policías abrieron fuego contra seis jóvenes a los que confundieron con los ladrones que acababan de ejecutar un asalto a mano armada en un restaurante de la zona del Acceso Norte de Paraná. El caso dejó al descubierto una práctica difícil de erradicar: la del atropello, el abuso de autoridad y la tortura, a los que les adviene el armado de “evidencias” para garantizar la impunidad. Las novedades de estas últimas horas suman más situaciones bochornosas, como son la amenaza de muerte que recibió el abogado Marciano Martínez, que representa a las víctimas inocentes, y la golpiza y maltrato policial que -según pudo saber ANALISIS- recibió un matrimonio pocos minutos antes de que se produjera el tiroteo, en la alocada noche del 6 de agosto.

La noche se situó en el medio de dos extremos marcados por el drama y la suerte. Hay hechos que desnudan las falencias del idioma para denominar situaciones tan contradictorias. ¿Puede hablarse de suerte cuando una banda armada por el Estado acribilla al auto en que se trasladan seis jóvenes, y finalmente todos quedan vivos? Sí, aunque quede la idea de déficit lingüístico.

Luego se dirá: fue un drama con suerte. El oxímoron -ese recurso literario que combina dos palabras opuestas- salva la situación. Ocurre que fue un drama por el nivel de violencia con que la Policía entrerriana sometió a seis paranaenses jovencitos y porque los golpearon y humillaron casi hasta despojarlos de su situación de ciudadanos. Pero también fue una suerte que esos jóvenes hayan quedado con vida y voluntad de reclamar justicia.

Con el brutal hecho vivido en los primeros minutos de la madrugada del 6 de agosto pasado, el patoterismo policial mostró una de sus peores muecas, y generó una espiral de violencia que continuó con la reciente amenaza recibida por el abogado querellante que representa a las víctimas, Marciano Martínez.

“Dejá tranquilo al personal de Investigaciones porque te vamos a hacer boleta”, fue el mensaje que el penalista recibió en su teléfono.

Es precisamente personal de Investigaciones el que quedó en el ojo de los cuestionamientos a partir del tiroteo que abrieron contra un auto Volkswagen Gol, de color rojo, en el que se trasladaban cuatro chicas menores de edad, y dos muchachitos, el mayor de los cuales tenía 21 años. Los seis jóvenes fueron presa del pánico desprendido de los 16 disparos que lanzaron los investigadores, ayudados por los efectivos de dos patrulleros.

Cuando se repasa el hecho, cuesta obviar la enorme cantidad de casualidades azarosas que conformaron un conjuro maldito. Justo, un auto de iguales características al que utilizaban los seis jóvenes, había sido el usado una hora antes por los asaltantes que irrumpieron en un comedor situado en la zona del Acceso Norte de Paraná. Justo los seis inocentes jóvenes se pasearon por esa zona y fueron a dar a una calle donde había dos patrulleros estacionados, que sin querer terminaron dificultándole el paso al VW. Justo detrás de ellos venía el Renault 18 con personal de Investigaciones armado hasta el terror y con el rostro cubierto. Justo todo eso, en la hora precisa, en el momento exacto.

La reconstrucción del hecho permitió conocer detalles de la secuencia maldita: el VW rojo de los jóvenes transitaba por una pequeña arteria que une calle Churruarín con la Avenida Circunvalación, cuando se topó con los dos móviles policiales (uno del Comando Radioléctrico y otro de la Comisaría 12). El primer pensamiento de las víctimas, atropellados por la confusión de verse envueltos en una escena policial sin presentirlo, fue que habían quedado en medio de un encontronazo entre policías y ladrones. Pero no. En la trampera en la que cayeron había sólo policías, y a ellos se les atribuyó el rol de ladrones.

Si otra cosa dejó en claro la reconstrucción del hecho fue que hubo 16 tiros lanzados desde el auto de Investigaciones y desde los dos móviles. Cuando el Volkswagen tuvo que disminuir la velocidad para pasar a los patrulleros que ocupaban casi todo el ancho de la callejuela, los investigadores se acercaron al trote para hacer más fácil el tiroteo. Se trató de una faena brutal a la que alguna explicación ligera y la necesidad de simplificación periodística denomina “tiroteo por error”. ¡Dieciséis impactos de bala 9 milímetros, por error!

Aquí, no hay déficit del idioma: las palabras para denominar el caso desnudan una realidad dolorosa, cual es la del hecho de considerar como error haber confundido a las víctimas, y no la aplicación de un método que pisotea los modos escogidos por el Estado de Derecho, es decir por la sociedad civilizada. Porque si algo quedó en claro es que los policías atacaron sin preguntar, en un modo que no merecen tampoco los delincuentes reales.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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