La Argentina paranoica

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Comentando la semana política en Entre Ríos

-El General no puede descansar. El homenaje póstumo a Juan Perón en camino a su descanso final que imaginaron (y en parte protagonizaron) miles de argentinos, peronistas o no, quedó trunco en el medio de una patética pelea de marginales. Cualquiera sea el prisma utilizado para analizar tanto desquicio, el resultado será siempre patético. Patético el anacronismo sindical y la injustificable de los organizadores. Tanto a Hugo Moyano como a otros caciques sindicales se los puede tildar de cualquier cosa menos de “bebés de pecho” en esto de evaluar posibles trifulcas entre sus bandas. Es cierto que los sindicatos desde hace muchos años se mueven en el espacio público con un aparato de violentos con no muchas neuronas, pero también es cierto que cuentan con tipos profesionales en esto de garantizar esquemas de seguridad y orden. ¿Dónde estuvieron que no se los vio? Por otro lado, suenan a insuficientes las explicaciones oficiales tratando de justificar las gambetas que el gobierno hizo al acto. Resulta cuanto menos objetable que el Estado delegue la seguridad en las 62 Organizaciones como si ésta fuera una institución sagrada de la Patria, y en verdad es un sello, versión tragicómica de lo que alguna vez fue. El traslado de los restos de quien fue tres veces Presidente de los argentinos y que ha sido -nada más ni nada menos- que uno de los hombres más importantes del mundo en el Siglo XX, debió ser tarea del Estado. Podría haberse pensado en una ceremonia con más o menos pompa, pero debió ser oficial. Es imposible imaginar que si en Francia deben ser trasladados los restos de Charles De Gaulle, el Estado francés delegue la ceremonia en algún sindicato. Sólo acá se puede actuar tan desaprensivamente dejando en manos de (para ser benigno) “una entidad intermedia” de la sociedad un acto de tan hondo significado. La indiferencia con que fue observado por las instituciones oficiales no se compadece con la emocionalidad que el hecho provoca en el pueblo argentino. El traslado de los restos de Perón merecía un respeto que aún se le adeuda. Patético fue también el sobreactuado protagonismo de sindicalistas saludando victoriosos a un pueblo que los ignora -cuando no los repudia- y que sólo se arrimaba para rendir homenaje a quien en vida puso a la Argentina en el primer plano de los países del mundo. Cantos de otros tiempos que lastimosamente eran entonados por tipos que no sabían lo que decían. Patoteros que ni pelear sabían.

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-¿Y por casa? Jorge Busti anunció su presencia en los actos del traslado de los restos de Perón sólo una vez que se manejó con información confiable de que el Presidente Néstor Kirchner también iba a participar. Según contaba un viejo peronista, casi la sombra del primer mandatario, éste viajó con ganas. Protagonista al fin de la etapa histórica más mítica y densa del Movimiento, Busti sintió rememorar parte de aquello. Más allá de su investidura, sintió el reflotar de viejas sensaciones, porque iba a participar de un acto histórico. No quería perderse nada. Temprano llegó al responso en la CGT y luego no escatimó al raíd de tres horas en auto para llegar hasta San Vicente. Lo hizo a pesar de tener conocimiento de los desórdenes y de que Kirchner ya había desistido de concurrir. El sentimiento exacerbado le había anulado su fino olfato y es probable que -hasta verse obligado a hacer varios “cuerpo a tierra” para esquivar piedras, palos y balas- no se haya percatado del nivel de locura general. Sus retinas se trajeron imágenes surrealistas. Hombres y mujeres llorando de emoción y a pocos metros, decenas de marginales cagándose a piñas sin siquiera saber por qué. Lo grave es que nadie se quiere hacer cargo de semejante despropósito, y si bien Busti viajó a San Vicente como un peronista más, no es totalmente ajeno a la cultura de la sinrazón que gobernó en la vergonzosa tarde bonaerense. Bueno sería que alguna vez se diera cuenta del error de haber prohijado acá a numerosos personajes con demasiado parecido linaje a los revoltosos de allá.

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-Política, marginales y sociedad. Están presentes en la mayoría de los puntos de tensión, cualquiera sea su intensidad. La cantidad movilizada varía según quien los numere y el volumen de la cuestión en disputa. Algunos barras juntan fama y la opinión pública les atribuye disturbios en lugares imposibles. Lo cierto es que son agrupamientos reclutados en su mayoría en la marginalidad, dispuestos a saltar a niveles de violencia inimaginable. Con las fuerzas de seguridad tejen complicidades y posibles puntos de discordia. Ambos procuran dilatar una confrontación que sólo ellos imaginan tremenda e imprevisible. Cierto es que aquello que apareció como una nota de color de las tardes futboleras, hoy se yergue en una reivindicación de poder. Si Busti cree verdaderamente en la necesidad de modificar su forma de hacer política, es necesario que deje de apañar a ciertos personajes que él mismo impulsa a insertarse en las estructuras del poder corporativo empresarial o gremial y que orbitan el poder político. El comportamiento posterior de estos violentos pasa a formar parte de ese poder. Es necesario que el poder político provincial (sin distinción de colores ni plumajes) dé cuenta que la activa participación de sus protegidos en actos políticos, o el requerimiento de grupos de choque frente a conflictos laborales, son algunas de las actividades que cubren la apretada agenda de estos personajes. Luego, lógicamente, la pertenencia a estas estructuras les da buena cobertura para diferentes actividades delictivas, pues para eso sí tienen habilidad. No le pida mucho más que eso. Si algo trasmitían los tristes episodios de San Vicente era la ausencia total de política. En contraposición a los forzados paralelismos que algunos hacían con los acontecimientos de Ezeiza de 1973, aquellos enfrentamientos tenían como motivación proyectos políticos definidos y antagónicos, amén de un contexto diametralmente diferente. Los revoltosos de la semana pasada no sabían por qué peleaban, ni siquiera contra quién peleaban, era irracionalidad pura. Entre ellos no había trabajadores, ni siquiera militantes, menos cuadros. Sólo marginales.

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-Relaciones. El crecimiento económico, la paulatina disminución de todos los parámetros sociales negativos, la reconstrucción institucional, la posibilidad de hacer justicia y encontrar la verdad de nuestra historia de pronto en este último tiempo han comenzado a tropezar con demasiadas fuerzas que empujan en sentido contrario. Acaso sea necesario -aunque puede en algún punto sonar forzado- tratar de establecer las relaciones existentes entre la refriega en la quinta de San Vicente, la desaparición de Jorge Julio López, la escalada de amenazas a diferentes protagonistas de juicios por violaciones a los derechos humanos y otras yerbas. No se puede ignorar que la sociedad conforma un tejido sensible donde cada filamento juega un papel activo en las definiciones más generales del poder y por lo tanto del gobierno. Las amenazas a familiares, testigos y militantes de organismos defensores de los derechos humanos se ramifican porque indudablemente la condena a Etchecolatz les ha puesto un pie en la cárcel a todos los implicados en el genocidio. La pasada semana se conoció una amenaza anónima recibida en Concordia por Margarita Papetti. Margarita es una mujer que en su rostro humilde lleva grabado el dolor por su hijo desaparecido desde el 22 de marzo de 1977. Jorge Emilio Papetti desapareció mientras cumplía con el Servicio Militar Obligatorio en Concordia. Ella se ha prestado a la extracción de sangre sin otro propósito que encontrar los restos de su hijo para darle sepultura según su credo y costumbre. Toda amenaza es en sí misma execrable, repudiable, cobarde. Pero amenazar a una mujer mayor, que convive desde hace años con el peor dolor -no saber dónde está su hijo, dónde llorarlo, sin justicia-, sencillamente es un hecho que debe lacerar a todo el cuerpo social. Es más que posible que haya en Concordia gente que se sienta temerosa de que el juicio por la desaparición de Jorge Papetti progrese y ventile demasiadas complicidades de la sociedad civil con la dictadura.

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-Un jefe en peligro. El ex jefe de Policía de la provincia, comisario Ernesto Geuna, es conciente de que si la Justicia se afirma en una ruptura con la impunidad su destino comienza a tornarse tan incierto como oscuro. En esa encrucijada también se pueden ver afectados algunos de sus antiguos amigotes. Sociedades de hecho conformadas a lo largo de años de usufructuar el poder. Así forjaron una red corporativa en el manejo de la fuerza policial entrerriana. No son pocos los oficiales que rezongan del uso y abuso que hicieron de la impunidad y aseguran que a su amparo desarrollaron pingues negocios ilegales. Este semanario denunció como ninguno la seguidilla de robos bajo la modalidad de “piratería del asfalto” que sistemáticamente se sucedían en el corredor de la ruta nacional 14, sin que nunca la Policía -bajo la conducción de Geuna- lograra desentrañar el accionar de las bandas delincuenciales. En forma extraña, el flagelo prácticamente desapareció con un recambio de autoridades. Y a esta altura nadie cree en meras casualidades. Acostumbrados al hacer sin que nadie meta las narices en territorios que ellos consideran coto privado, no toleran que el periodismo los ponga bajo la lupa y entonces reaccionan con torpeza.

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