Luis María Serroels
El lunes se cumplen 25 años del desembarco militar en nuestras Malvinas, pertenecientes al patrimonio territorial de nuestro país fuera de toda discusión, que fueran ocupadas ilegalmente por la piratería británica el 3 de enero de 1833, cuando con su prepotencia ancestral desembarcaron allí para quedarse, exhibiendo como única acta de posesión su proverbial diplomacia del garrote.
Porque siguen siendo muchos quienes no conocen la cuestión a fondo, por la necesidad de permanecer alertas y por la claridad, lucidez, amplitud y contundencia con que el doctor Julio C. González lo describe en su libro Los Tratados de Paz por la Guerra de Malvinas, volvemos con sus aspectos más salientes sobre este tema ya abordado hace poco menos de un año en nuestra columna.
El ideario malvinense, la consecuente lucha ideológica a través del tiempo sin declinar en el reclamo y la sangre inmolada por quienes dejaron sellado su compromiso con la ofrenda de sus propias vidas en el lejano sur, nos hace insistir sobre tal cuestión.
Dichos “acuerdos” datan de 1990 y constituyen una especie de Tratado de Versalles impuesto a la nación argentina, en este caso por aplicación de la Ley del Vencedor en la Guerra de Malvinas y por la Ley del Acreedor de la Deuda Externa que nos fraguaron y del Plan Brady que la legitimó, explica el autor.
Frente a tanta genuflexión ideológica y transfugación política, con inconcebibles mutaciones y realineamientos con el poder financiero internacional (una suerte de guerra de dominación por otras vías), no puede soslayarse la necesidad de un enrolamiento efectivo y libre de especulaciones en esta cruzada destinada a sacarle la careta a los cipayos autóctonos y los traidores que entregaron vergonzantemente nuestra banderas más sagradas.
En 1711 se publicó en Londres, de autor ignorado y bajo el título Una propuesta para humillar a España, un folleto al que el doctor Horacio Zorraquín define como “el primero y más sorprendente anticipo de la política rioplatense de Inglaterra”. En dicho escrito se hablaba de las bases para la conquista de América del Sur, ocupación de Buenos Aires, creación de un ejército de nativos bajo órdenes de conductores ingleses, cruce de los Andes para arrebatar Chile a los españoles y desde allí avanzar sobre Perú, sin descartar la llegada a Venezuela.
Estos objetivos colonialistas y anexatorios fueron revelados hace casi tres siglos y los sucesos posteriores demostraron cuánto de serio tenía el folleto. Habían pasado 95 años de aquellos anuncios, cuando en 1806 el general Guillermo Carr Beresford ocupó nuestra Reina del Plata en lo que la historia recogió como Las Invasiones Inglesas, durante el cual los vulgares invasores no se comportaron propiamente como gentlemen en viaje de turismo sino que asesinaron y violaron mujeres y hasta niños, saqueando todo cuanto tuvieron a su alcance. Todo se hizo frente a la lenidad y falta de reacción de las autoridades españolas, siendo fundamental para la capitulación inglesa la lucha de un prácticamente espontáneo ejército de criollos e indios, como lo relata el escritor Roberto Marfani.
Pero ¿cómo se explica que la capitulación de los agresores no haya sido derrota? Simplemente porque tras la victoria cargada de heroísmo y valentía, se comenzaba a gestar “el primer acto de gigantesca corrupción”, ya que mientras se firmaban las actas de rendición, se permitía que los buques ingleses zarparan sin devolver el Tesoro de la Real Hacienda que había sido robado y cargado en sus bodegas. Tiempo después ese patrimonio sustraído por los que robaban para la Corona, era paseado sobre ocho carros sobre las calles londinenses (y pensar que ellos nos pasan factura por créditos que integran nuestro colosal y espurio endeudamiento global).
Como señala el doctor González, si bien los ingleses perdieron entre 1806/07 en el terreno militar, a partir de 1810 no sólo empezaron a manejar nuestra economía sino también nuestra política. Posesión económica, invasión de importados, el hecho de que el mercader inglés Alexander Mackinnon -hábil influyente sobre funcionarios españoles y militares criollos- fuera el redactor de la integración de la Primera Junta y el apropiamiento del metálico circulante entonces, nos dan la dimensión del despojo y hallan su execrable continuidad histórica en innumerables episodios posteriores, de los cuales lo sucedido hace 17 años constituye una buena frutilla para el postre.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
