Luciana Dalmagro

Marcos Rodríguez Allende es considerado uno de los abogados de mayor exposición pública en la capital provincial. Cuestionado, polémico por sus decisiones o por su doble rol de letrado y funcionario público, se confesó con ANALISIS en un extenso reportaje. Habló de la relación con su padre militar y de sus problemas con las drogas que lo mantuvieron un año internado y muchas veces “durmiendo en ranchos, porque iba hasta allí a buscar”. Contó de su amistad con Jorge Busti y con otras figuras del poder -como Martín Fabre o el comisario Carlos Catena- y de sus bienes y sus honorarios. Quiere dejar de atender tantas causas penales porque no soporta la presión y siente contradicciones. También pretende cambiar su perfil mediático. Reconoció que le pidió al gobernador que lo proponga para reemplazar a Arsenio Mendoza en el Superior Tribunal de Justicia, ante su pronta jubilación; que siempre fue “el regalón” de su tío, el diputado provincial José Allende (PJ-Nogoyá) y que la fiscal de Estado Claudia Mizawak fue quien le solicitó que fuera defensor de la ex concejal Liliana Morard en la causa por los ATN de la fundación Aciser, por el desvío de casi un millón de pesos. Conseguir la libertad de un inocente preso fue su mayor logro profesional, pero revela que también obtuvo la libertad de culpables.

Quiere dejar de atender tantas causas penales porque no soporta la presión y siente contradicciones. También pretende cambiar su perfil mediático. Marcos Rodríguez Allende se confesó con ANALISIS: habló de la relación con su padre, de sus problemas con las drogas que lo mantuvieron un año internado, de su amistad con Jorge Busti y con otras figuras del poder y de sus bienes y sus honorarios. Conseguir la libertad de un inocente preso fue su mayor logro profesional, pero revela que también ha obtenido la libertad de culpables.

El estudio jurídico del abogado Marcos Rodríguez Allende funciona en un local comercial ubicado en calle Uruguay, poco antes de la esquina con Corrientes. Se ingresa a un salón pequeño donde, en lugar de una coqueta secretaria, quien recibe al público es un joven morocho con vestimenta informal. El muchacho está sentado tras un escritorio desordenado y trabaja en una computadora vieja. La decoración no le hace honor al buen gusto: muebles de distintos estilos, algunos hogareños, otros de oficina, resaltan contra la pared color mostaza recorrida por una guarda floreada. Algunas sillas rojas bastante raídas se encuentras dispersas por el lugar, un viejo sofá verde de dos cuerpos con almohadones a cuadros bastante sucios está contra una pared, hay algunas plantas, dos pares de tubos fluorescentes iluminan la escena y un trapo de piso mojado molesta la visual tirado en el suelo, en medio de la habitación.

Hay una escalera caracol de metal y madera que conduce a un entrepiso desde el que llegan ruidos de teléfonos y computadoras. Marcos Rodríguez Allende aparece desde una puerta lateral e invita a pasar a su oficina, que está ubicada en lo que sería el depósito del local. Se muestra sonriente, es muy locuaz, casi verborrágico y en algunos fragmentos de la charla dará muestras de cierta incontinencia verbal de esas que a veces causan problemas al día siguiente. Su despacho es una habitación más larga que ancha, en la que se destaca un escritorio macizo y la figura del abogado. Es un hombre alto, usa traje negro y corbata dorada con rayas azules. Lleva un reloj grande, alianza de oro en el dedo anular y el celular en vibrador permanece sobre la mesa.

Muchos menos libros que en cualquier estudio jurídico, aire acondicionado de los viejos, perchero con corbata colgada, fotos de los hijos sobre una repisa, mancha de humedad, una tapa del diario enmarcada cuelga de una pared y en otra hay al menos 15 certificados de distintas actividades, entre los que llama la atención uno de un curso de computación.

Marcos Rodríguez Allende convida mate y se prepara para la charla. Tiene una calvicie incipiente, los dientes desparejos y una cicatriz en su labio superior causada por un accidente infantil. “Una vez me la quise operar, pero me dijeron que perdería mi personalidad”, explica.

-¿Buscás ser mediático o se fue dando solo?
-A veces lo he buscado, pero en general se fue dando. Y me he dado cuenta de que muchas veces a la exposición no la he podido manejar. Se me fue de las manos.

-¿Por qué?
-Son muchas las audiencias de debate por asuntos penales de las que participé desde 2000 a este año. Y son casos que a la sociedad le gustan, los compra, de alguna manera. Cierta parte del periodismo que se dedica a esto me ha expuesto mucho y yo he dejado que eso sucediera. No le echo la culpa al periodismo, ya que tengo excelente relación. Es una autocrítica. Muchas veces no he podido manejar esta cuestión y debí hacerlo mejor.

-¿Qué problemas tuviste por esta exposición alta?
-Por ejemplo, cuando integré la Oficina Anticorrupción. Se me cuestionó cómo iba a defender a determinadas personas trabajando allí.

-Pero ese tiene que ver más con cuestiones éticas, no con el periodismo.
-Si yo no hubiera estado expuesto podría haber defendido a quien sea y nadie me conocería ni se enteraría.

-Entonces el asunto es que no se enteren. ¿Nunca se te presentó un dilema? ¿Cuándo defendiste a Carmona, por ejemplo, no pensaste que podía ser incompatible?
-En esa causa yo tenía muy claro cuál era mi papel y era únicamente la defensa de la extradición, que es algo totalmente independiente del delito por el cual se lo juzgaba.

-¿No pensaste, al menos, que te iba a traer problemas?
-Sí, por supuesto.

-Pero decidiste seguir adelante...
-Sí, decidí seguir adelante.

-... Pensando que capaz nadie se daba cuenta.
-Mi íntima convicción me indicaba que estaba haciendo las cosas bien y no voy a dejar de hacer algo que me parece bien. Era una extradición que nada tenía que ver con el origen de la causa.

-¿Pensás ponerle freno o dar marcha atrás con tu exposición pública?
-Sí, estoy en eso, intentando, buscando la forma.

-Y brindando este reportaje. No parece el mejor modo de comenzar a bajar el perfil.
-Pasa que tenia muchas ganas de hablar con ANALISIS.

-¿Por qué?
-Sentí que en muchas ocasiones desde estas páginas fui injustamente atacado y si se me da la oportunidad de dar mi palabra, creo que vale, lo agradezco y lo hago porque necesito explicar como persona algunas cosas.

-¿Qué cosas?
-Muchas veces he sentido que algunos periodistas o el semanario se han metido en cuestiones personales mías y el que me conoce sabe que a mí me duele mucho.

-¿Qué cuestiones personales tuyas se han publicado en el semanario?
-Cuestiones tontas, qué hago de mi vida personal, si corro o no corro, si voy a cama solar o si tengo perro. Son todas mentiras. Puedo estar bronceado en la cara porque juego al tenis a la siesta, pero si me saco la camisa estoy gordo y blanco.

-¿En serio te duelen esas cosas?
-Y me molesta que se metan con mis cosas.

-Pero dolor… es un tanto exagerado.
-Está bien, digamos que me molesta.

-Un día salió en los medios que la madre de Romina Iturain, una de las nenas asesinadas en diciembre de 2001, no tenía abogado. Al día siguiente eras vos quien la patrocinaba. ¿Te fuiste a ofrecer?
-No, el gobernador le había prometido conseguirle defensor y necesitaba a alguien.

-¿Te lo pidió Jorge Busti entonces?
-No, me llamó por otro tema y le pregunté quién iba a ser el abogado de esta señora. Me dijo que aún no había nadie y me ofrecí. Me dijo que aceptaba con todo gusto.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)