Sin celebración

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Recuerdos del santaelenense que escogió Montoneros para dar su lucha

Gisela Romero

Manuel Ernesto Guastavino fue secuestrado el 11 de noviembre de 1976, en Palermo, cuando se preparaba para viajar a su Santa Elena natal al casamiento de un hermano. El día siguiente no hubo festejo. Y a 32 años continúa reviviéndose la incertidumbre de su ausencia.

Un colectivo de alquiler se hizo paso aquel 12 de noviembre de 1976 por las calles de Santa Elena. Parte de la familia Guastavino y militantes de la JP se fusionaban entre los asientos. Habían viajado toda la noche desde Buenos Aires para estar presentes en aquel casamiento.

Esperaban con ansias el reencuentro, pero ese día la angustia minaba el aire. No habían sido tiempos fáciles para los hermanos Manuel Ernesto, Carlos, Oscar Alfredo y los mellizos Ramón Alberto y Ramona Cristina. Todavía pesaba el dolor de haber perdido el 13 de abril a su madre y poco después, el 8 de junio, a su padre, y esta oportunidad parecía especial para perderse en la celebración.

Cuando por fin las ruedas pararon su andar, el grupo que los esperaba avanzó gozoso a dar el recibimiento. Pero pronto sus rostros se descompusieron: entre quienes bajaban del micro, no estaba Manuel. Veinticuatro horas antes, en un violento procedimiento, el mayor de los cinco había sido detenido y desconocían su paradero.

Llegaron a buscarlo de tardecita. No había menos de 15 personas en la casa de Cerviño al 3.771 del barrio de Palermo, esperando partir a Entre Ríos. Tocaron la puerta, entraron y ordenaron tirarse al piso. Preguntaron por Nino, lo golpearon delante de todos y se lo llevaron. Nadie supo de qué fuerza eran.

No hubo fiesta, sólo una breve reunión y el rápido retorno a la Capital Federal a emprender la búsqueda, que a 32 años no cesa.

Ironía

“Manuel se fue a los 15 años del pueblo. Se fue a vivir con unos tíos porque pensaba ingresar a la Escuela Sargento Cabral y por un problema físico que le detectaron en la revisación no pudo entrar. Tenía un soplo en el corazón, que ni mis padres sabían. Qué ironía de la vida, ¿no?, porque él quería ser militar”, rememora Carlos Guastavino. Frustrada su intención, comenzó a trabajar junto a su tío en la confitería La Continental, ubicada a pocas cuadras del Congreso de la Nación, en Belgrano y Entre Ríos, y mantuvo su vinculación con la gastronomía hasta que se encolumnó seriamente en Montoneros.

“Viendo la realidad de un pueblo movilizado, que quería el retorno a la democracia y la vuelta de Perón, encontró en esa lucha lo que tenía escondido. A lo mejor le salía de la sangre, de la familia. Una familia de trabajadores, obviamente peronista. Mi papá había estado preso en 1955 y tal vez eso lo motivó. Y eligió Montoneros por su identificación con el peronismo”, reflexiona el hermano.

Así, de ser apolítico e incluso cuestionar la militancia que llevaban Carlos y Oscar dentro del Frigorífico Santa Elena, donde trabajaban, lo que finalmente les causó el despido, El Tano Nino pasó a abrazar los principios de la fuerza política en la que había sido educado; hizo su paso por la Juventud Trabajadora Peronista (JTP) a principios de la década de 1970, pero luego optó por la organización, adonde recibió ese apodo.

“Cuando muere el general Perón cambia la historia del país. La conducción sabe que López Rega queda prácticamente a cargo del gobierno, que es el iniciador de la tres A, y a partir de ahí empiezan las persecuciones. Montoneros decide pasar a la clandestinidad y muchos cuadros dejan sus lugares de trabajo, de residencia y se trasladan a otro lado. En esa situación estuvo mi hermano, que vivó en la semiclandestinidad hacia mediados del 75. Y cuando se produjo el golpe militar ya venía siendo perseguido”.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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Opinión

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(Foto ilustrativa: Cedoc)

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