Nuestros héroes silenciosos

Edición: 
792
Malvinas, a 26 años

Edgardo Esteban
(especial para ANALISIS)

Los recuerdos de la guerra son imborrables y esas postales de aquellos días de 1982, cuando con 18 años nos encontramos en medio del horror de las bombas, siempre están. Para los que estuvimos en Malvinas fue una experiencia crucial que nos hizo crecer de golpe, tras conocer la muerte que nos acechó durante los 73 días que duró el conflicto bélico. Las heridas siguen abiertas, conviviendo con ese pasado, en donde uno se sumerge constantemente en los laberintos de la memoria que nos marcó a fuego la crueldad de la guerra. Los recuerdos siguen intactos como fantasmas que cada mañana trato de alejar aferrándome a la vida.

A 26 años de esa guerra que tantos quisieron silenciar, olvidar y otros esconder, destaco que siempre traté de rescatar la parte humana. Recordar Malvinas no es sólo profundizar lo vivido durante la guerra, sino lo que vino después, tras el regreso, dando lugar al nacimiento de una nueva lucha en el interior de cada uno de los que estuvimos allí. El fin del combate implicó un desafío constante por reinsertarnos en la sociedad de la cual habíamos salido y que, cuando volvimos de las islas escondidos por nuestros superiores, ya no era la misma. Era ajena, distante y parecía ignorarnos.

La posguerra fue un volver a empezar con la carga de una experiencia que nos partió en dos, pero también fue el comienzo de un doloroso camino para una gran cantidad de soldados que regresamos con las manos vacías, los sentimientos destrozados por el horror vivido y por el porvenir que ya no sería el mismo. De alguna forma se combatió a los propios ex combatientes, dándonos en buena parte la espalda, obligándonos a la marginación, al olvido, a la indiferencia que padecimos después y que aún continúa. Nuestra sociedad no nos supo entender y en muchos casos nos empujó hasta el límite, dándonos como única salida el suicidio. Será por eso que hoy los ex combatientes que se quitaron la vida superan a los muertos en combate; son más de 350 los casos de suicidio.

Además de ser los grandes derrotados, parecíamos los responsables de esa derrota a la que llegamos por decisión militar. A partir de allí hubo un acuerdo tácito para olvidar la guerra, tuvimos que soportar que nos escondieran y nos aconsejaran borrar de nuestras mentes lo vivido, obligándonos a callar lo ocurrido. Pero la memoria con su verdad golpea una y otra vez la conciencia de quienes prefieren ignorarla. Hablar fue lo primero que nos prohibieron y el dolor quedó adentro de cada uno de los adolescentes que volvimos hasta volverse en muchos casos insoportable para seguir viviendo. Gritar lo que nos pasó fue el primer paso para sacar nuestro infierno interior y empezar a curar las heridas. ¿Por qué no hablar de Malvinas?

Como dice Gabriel García Márquez, “la vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”. Hay tantas miradas de Malvinas como protagonistas de esa guerra. Esas miradas nos ayudan a ir reconstruyendo, a pensar y reflexionar sobre los errores y los aciertos de nuestra propia historia, la que nos conforma como argentinos. Debemos resaltar los actos de valor y de heroísmo y continuar en el justo reclamo de soberanía que tiene nuestro país desde 1833 y que es avasallado por la posesión colonial de Gran Bretaña sobre nuestras islas, que por historia y por derecho nos corresponde. Pero este aniversario tiene que servirnos para reflexionar y preguntarnos qué nos pasó en 1982.

Durante mucho tiempo se ha preferido no hablar de realizar una autocrítica de una guerra que se perdió, y nadie quiso hacerse cargo de esa derrota. Ninguna guerra es buena y ésta, por su improvisación, fue peor. Los errores tácticos de las tropas argentinas existieron y fueron innumerables, tanto en el nivel estratégico nacional, que definieron la suerte de la guerra, como en el estratégico operacional. Sin olvidar los injustificados malos tratos por parte de algunos hacia sus soldados, que llegaron hasta los estaqueos en medio del frío y en la turba mojada, en su gran mayoría por robar comida que no nos daban, teníamos hambre.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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