Daniel Tirso Fiorotto
(especial para ANALISIS)

En la Argentina, en Paraná, la Iglesia Católica está dando señales de cambio que convendría analizar, dada su influencia en el conjunto del pueblo. La tenencia y el uso de la tierra llevó a los obispos mismos a proponer una “reforma agraria”, expresión casi vedada hasta hace pocos años para el clero oficial. En esa línea, una agrupación de católicos laicos de Paraná acaba de presentarse en sociedad con medulosos documentos en defensa del medio, y es toda una novedad cuando el asunto parecía restringido a asociaciones civiles distantes del templo. ¿Cómo impactarán estos movimientos en los sectores atornillados al poder, tan eficientes en ensuciar el ambiente?

El Instituto de Ciencias del Ambiente y Defensa de la Vida (Incadevi) dio a conocer esta semana una serie de documentos con fundamentaciones complejas, que prometen un cambio profundo y masivo o, por lo menos, garantizan que ya son muchos los que están posando sus ojos en un asunto que demasiados descuidábamos.

Considerando la movilidad social de los católicos en Entre Ríos, tan amplia, masiva, natural que a veces ni siquiera es noticia, hay que advertir que con el vuelco de la Iglesia hacia el cuidado del medio, este tema ya no será, decididamente, restringido a pocos.

Los peces que se marcharon de los arroyitos de Paraná o se asfixiaron allí, la vegetación que sucumbió al nylon y la goma y el agua servida, las aves, los insectos, el paisaje, el aire mismo, todo clama porque los seres humanos vuelvan los ojos a su hábitat, convertido ya en un “no lugar”.

Por pequeños productores

No es pequeño el cambio, y tampoco sorprende mucho, cuando ya en 2006 el Episcopado argentino presentó la obra “Una tierra para todos”, que reflexiona sobre el uso y la tenencia de la tierra, con debates realizados por los obispos entre 2002 y 2004, y donde no se eluden temas urticantes como la extranjerización, la concentración de las riquezas, la concepción utilitaria de la tierra, que la Iglesia condena.

“El principal factor de concentración no es la ampliación de la frontera agrícola por ventas de tierras fiscales, sino la venta de derechos de posesión de pequeños productores empobrecidos a grandes corporaciones de capitales, nacionales y extranjeras”, dicen allí los prelados, y ponen el acento en la necesidad de dar tierras a los pequeños y medianos productores y a los pueblos originarios.

Bien podría decirse que, no sin vergüenza para los partidos políticos y en especial para los sucesivos gobiernos, los curas, en este caso, estuvieron atentos y el librito superó la mayoría de las plataformas electorales, y ni hablar de las acciones desde el poder. Un poder que hizo oídos sordos a los reclamos por tierras, distribución y asuntos así, con las consecuencias sabidas en crisis, protestas, descontento social.

Otro llamado de atención de la Iglesia había sido el Decálogo para el conductor, que algunos obispos argentinos defendieron y difundieron con alguna energía. Eso puso en evidencia la sensibilidad en un asunto delicadísimo, especialmente para los argentinos, y los entrerrianos en primer lugar, que batimos todos los récords mundiales de muerte en ruta con pérdidas humanas peores en ciertos casos que la guerra, por el sacrificio de vidas inocentes, de niños, mujeres embarazadas, en los altares de la velocidad y el alcohol y la desidia oficial.

Una tierra para todos, y el Decálogo del buen conductor, son dos de las señales que sectores de la Iglesia, sea desde el llano o en las jerarquías, están ofreciendo y que, sumadas a otras señales, pueden impactar en el conjunto.

Vale recordar los “Diez mandamientos” redactados por la Santa Sede para los automovilistas, porque uno llega a la convicción de que estamos en condiciones de salvar miles de vidas inocentes no ya con sanciones, multas, controles, sino desde un giro espiritual mucho más profundo y duradero y digno. Y vale también transcribirlos frente a algunos que menospreciaron y hasta ridiculizaron una aspiración tan noble, cuando los caminos clásicos han fracasado ya, con efectos desgraciados que nos conmueven a diario.

Resulta un tanto llamativo, pero el primer mandamiento dice: 1)- No matarás. 2)- La carretera sea para ti un instrumento de comunión entre las personas y no de daño mortal. 3)- Cortesía, corrección y prudencia te ayuden a superar los imprevistos. 4)- Sé caritativo y ayuda al prójimo en la necesidad, especialmente si es víctima de un accidente. 5)- El automóvil no sea para ti expresión de poder y dominio y ocasión de pecado. 6)- Convence con caridad a los jóvenes y a los que ya no lo son a que no se pongan al volante cuando no están en condiciones de hacerlo. 7)- Brinda apoyo a las familias de las víctimas de los accidentes. 8)- Reúne a la víctima con un automovilista agresor en un momento oportuno para que puedan vivir la experiencia liberadora del perdón. 9)- En la carretera, tutela al más débil. 10)- Siéntete tu mismo responsable de los demás.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)