Aunque casi nadie lo quiera reconocer públicamente, en la ciudad de Feliciano funciona una red de adopciones ilegales, con aceitados mecanismos e intermediarios instalados en el norte entrerriano, que comprenden a médicos, auxiliares de la justicia y hasta algún personal policial que prefiere mirar para otro lado. ANALISIS investigó el tema en la zona y hasta llegó a madres que en los últimos años entregaron a sus hijos a cambio de dinero. El esquema tiene conexiones con gente de Buenos Aires, Corrientes y el resto de Entre Ríos. Nuestra provincia es una de las pocas que no tiene en funcionamiento un Registro Único de Adoptantes a pesar de estar sancionada la ley correspondiente.

Manuel Lazo
(desde Feliciano)

Hay quienes sostienen que hay tres maneras de quedarse con un bebé: por las buenas, que es cuando la madre por voluntad propia entrega al niño; por las no tan buenas, que implica la manipulación psicológica de la madre aprovechándose de su pobreza y dándole a cambio unos pocos pesos, alimentos y ropa; y por las malas, que es a través de la judicialización o institucionalización asistencial. Una investigación periodística realizada por este semanario permitió conocer cómo, en el norte de nuestra provincia, al amparo de la indigencia, del miedo, de complicidades y silencios, opera una red dedicada a lucrar con el estado de vulnerabilidad de madres golpeadas por la pobreza.

El hecho no es desconocido por las autoridades judiciales de la provincia, que sin embargo omitieron consignarlo en el informe de prensa emitido tras la reciente visita de funcionarios de la Oficina Rural Judicial Móvil que se instaló en la Comisaría 19 del Paraje Las Mulitas del Distrito Chañar, en el departamento Feliciano. Lo que se informó oficialmente, luego de esa reunión con los vecinos y a la que asistieron Susana Medina de Rizzo, vocal del Superior Tribunal de Justicia, la jueza de Paz de Feliciano, Teresita Marcogiuseppe, y la defensora de Pobres y Menores de esa localidad, María Cecilia Miguel de Alberghetti, fue que se atendieron, entre otros temas, asuntos vinculados con “maltrato infantil, analfabetismo, insanía y abandono de menores”.

Entre Ríos es una de las pocas provincias que no tiene Registro Único de Adoptantes a pesar de estar sancionada la ley respectiva y ésta ausencia favorece el accionar de los “mercaderes” que convierten a niños en mercancías.

Intrincados caminos

Con la promesa de “colaboración” de personas que nunca aparecieron, ANALISIS pudo, sin embargo, hurgar en los intrincados caminos de una compleja trama protegida por el miedo, actitud que puede justificarse por los costos que se pagan en una localidad donde todos se conocen y en la que nadie desea hacerse ver con quienes pretenden llegar hasta el hueso de un flagelo en crecimiento. Algunos de los pocos vecinos que se animaron a contar algo de lo que conoce todo un pueblo, lo hicieron implorando que sus nombres se mantuvieran en reserva.

Oscar Ornetti, desde su programa de FM Pueblo de la capital departamental, se animó sin embargo a contarle a sus oyentes: “En Feliciano se están vendiendo gurises”. Esa sola expresión fue suficiente para que el fiscal Adrián Rico actuara de oficio y citara a Ornetti a ratificar o rectificar su escueta expresión, esperando conocer lo que la propia justicia debería investigar.

Llegar hasta el lugar donde tiene su precaria vivienda, monte adentro, una de las madres que reveló que ha entregado por lo menos a tres de sus hijos, demandó a este semanario una larga jornada, sorteando todo tipo de obstrucciones. En los horarios y lugares de encuentros acordados, sólo los perros se alertaron con nuestra presencia, enrejando de colmillos las viviendas cuyos moradores habían desaparecido como respondiendo a la sugerencia del “no te metas”.

Una joven, cuyo valor nos alentó a seguir cuando parecía que la investigación periodística se esfumaba en medio de tanta indiferencia, nos indicó el camino: “Tienen que ir por la ruta 1, camino a La Paz, y bajar a la altura de Chañar. Por ahí se va a Mulitas, tomando como referencia la Escuela Número 17”. La muchacha advirtió que con el vehículo no se podría entrar porque los caminos no dan después de una lluvia. “Tendrán que hacerlo a caballo…”, acotó. Con más audacia que pericia, llegamos a nuestro objetivo. La desconfianza se podía advertir en cada gesto, en la mirada de V. A., cuya apariencia es la de una mujer sufrida, carente de contención y de la necesaria orientación para tomar una decisión sin presiones y segura para el delicado acto que ha decidido realizar en más de una oportunidad. Hasta se podría afirmar que sus palabras denotan inconciencia de la acción realizada en la frontera del delito.

V. A. dice no saber nada del padre de los chicos. “Uno era cordobés que llegó a ésta zona por razones de trabajo y nunca supe más de él”, señala.

Aunque sin dar nombres, reveló que fue una mujer de Feliciano quien le propuso entregar a sus hijos a cambio de alguna ayuda, de alimentos y ropa. El mismo testimonio que la mujer dio a ANALISIS sostiene haberlo expresado a “la gente que vino a la Comisaría 19”. No hubo mucho más para conversar. En situaciones como éstas, el silencio suele decir más que mil palabras. Y su claro aspecto de mujer vulnerable habla por ella. Y una madre vulnerable es pobre, menor, separada, viuda, golpeada, analfabeta, abandonada. Alcanzan los ojos que quieren ver para advertir la mala alimentación, la baja escolarización de los hijos que quedan y las pésimas condiciones higiénicas, mezcla de miserias que muestran los rigores del presente y minan el futuro de esa y tantas familias que habitan monte adentro donde no hay “picadas” por donde escapar de esa dura realidad.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)