De aquel pibe de Patronato a goleador insaciable

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Se retiró Bruno Marioni, quien gritaba goles en el campito de Alsina y Racedo

Pablo Rochi

Alsina y Racedo, bien en la esquina. Aquel enorme espacio verde de Paraná sirvió de escuela, de guía. Fue el lugar perfecto para que un tal Bruno, un pibe de no más de 6 años, gritará goles con la misma furia que tiempo después lo hiciera en las mejores canchas del mundo. De piernas flacas, contextura pequeña y pelo lacio tirando a rubio, aquel gurí tenía desde muy pequeño alma de goleador. Como a muchos pibes de barrio, no le interesaba otra cosa que salir a la canchita a jugar a la pelota; era su devoción, su anhelo ferviente y casi indispensable. Los vecinos lo recuerdan rápido con la pelota. Igualmente, lo que más subrayan era que de pequeño no había éxtasis más importante que el de hacer goles.

Esta historia es la de Bruno Marioni, alguna vez conocido como Bruno Giménez. Hoy es famoso, jugó en varios clubes de nuestro país, y también en Europa y en México.Este delantero de 34 años acaba de anunciar su retiro del fútbol profesional después de una extensa trayectoria, la que no se inició en Newell´s como apuntan los registros, sino en aquel baldío de calle Alsina y Racedo de Paraná.

De raíz humilde y trabajadora, Bruno creció bajo las limitaciones de una familia carente de recursos económicos. Sus padres, Ana María López y Julio Luis Giménez, nacieron en Alcaraz y poco tiempo después de casarse tuvieron que mudarse en búsqueda de trabajo. Por esas cuestiones de la vida, don Julio y su esposa se trasladaron a San Nicolás, provincia de Buenos Aires, donde consiguieron laburo. En junio de 1975 nació Bruno, primero de los dos hijos que tuvo esta pareja (cuatro años después llegó Eleonora). Con ganas de volver a sus pagos, Julio y Ana María recibieron una propuesta para trabajar junto a unos familiares en una panadería paranaense. Y la falta de trabajo hizo que aceptaran el ofrecimiento. Debían hacerse cargo del reparto del pan y a cambio recibían un sueldo y una pieza donde vivir en el mismo local. Fue así que el pequeño Bruno y su familia llegaron hasta la capital de la provincia.

A los 6 años Bruno comenzó a entrenar en la Escuelita de Fútbol de Patronato. Su primer profe fue Isaac Clariá, un símbolo de esta disciplina en Paraná. Las horas del día de aquel pibe pasaban entre su asistencia a la Escuela Número 11 Provincia de Santa Fe y su desesperación por jugar al bolo. A la tarde concurría a la práctica en Patronato y a la vuelta no había mejor recreo que juntarse con los chicos del barrio para seguir despuntando el vicio en la canchita. Fútbol, fútbol y más fútbol. A veces, cuando no había pelota, el juego predilecto era tirar frutita de paraíso con un rulero y un globo.

Bruno mostró cualidades desde muy pequeño y a medida que subió de categoría, iba ratificando sus condiciones de delantero goleador. Cuentan que a Julio, su padre, le habían dicho sobre el talento de su hijo y fue así que un día se le ocurrió llevarlo a probar a Newell´s, en Rosario. Por aquel entonces Bruno ya tenía 15 años. Como era de esperar, pocas pruebas sirvieron para sumarlo a las inferiores del club. La historia dice que Patronato y Newell’s llegaron a un rápido acuerdo. El negocio fue: pase libre con opción. Un determinado monto en el debut en Primera, otro monto cuando cumpliera cinco partidos, otro a los 10 encuentros y un porcentaje de una posible venta al exterior.

Bruno pasó a ser jugador de Newell’s y como todo reclutado, fue a vivir a la pensión de la entidad rosarina. Allí estuvo compartió una habitación muy chiquita con el paranaense Víctor Toto Zapata, en lo que fue una vida dura y sacrificada, al margen de que él ya había tenido una infancia de muchas carencias. Entre sueños, deseos e ilusiones Bruno entrenó fuerte hasta que tuvo su oportunidad de jugar en Primera. En la temporada 95 se produjo su chance, el puntapié de una carrera de mucho éxito. Ocurrió un 25 de junio, a pocos días de haber cumplido 20 años.

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