El líder que se fue desgastando

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La realidad de Alfredo De Angeli: lejos de las luces, de su gente y sus aliados

Por Rodolfo González Arzac (*)

Alfredo De Angeli fue a la exposición ganadera más tradicional del país, la que organiza la Sociedad Rural Argentina en el predio de Palermo. Y lo palparon, lo toquetearon, lo fotografiaron y lo adularon. Lo quieren así: gritón, calentón, bravo, bien italiano, con un discurso breve y llano, como si fuera el enemigo público perfecto para una presidenta bien bonaerense, de locución empalagosa, y para un ex presidente tan valiente y necio como él, pero mucho más afortunado. Alfredo De Angeli tiene, al fin, todo lo que los socios de la Rural nunca tendrán: las manos gordas, la cultura chacarera en la yugular, nueve hermanos criados en una casa de pueblo entrerriana, conocimientos de mecánica diesel y la costumbre de comer aceitunas con queso rallado. Eso, y tantas torpezas de otros, es lo que lo acomodó acá: en un sillón aterciopelado del pintoresco lobby de un hotel cuatro estrellas, con spa y tradición, sobre la Avenida de Mayo, a unos metros del Congreso de la Nación, convertido en uno de los tipos con mejor imagen en el interior del país, transformado en el hombre con más minutos televisivos en el año.

Un gringo que parece tan simple. Tan desconfiado. Que ahora dice que se anima a ser presidente. La visita a la Rural, ese ego-regocijo, puede ser la moraleja de un proceso que lleva un año y medio. Un viaje, un flash, que lo sacó de una parrilla polvorienta en el kilómetro 53 de la ruta 14, en las afueras rurales de Gualeguaychú, donde lideró el corte de ruta que marcó el pulso del largo conflicto rural por las retenciones móviles. Y lo llevó a conocer a algunos de los hombres con más poder en el país. Un tour que, a los 52 años, le borró un viejo juicio.

–Por ahí antes tenía un concepto de la gente que tenía dinero. De gente que había pensado ¿quién será? Y resulta que te ponés a charlar y te das cuenta que esa persona ha sido un laburante, que hizo fortuna laburando bien. Hay gente que entendió que puede tener dinero para hacer un castillo, pero que le va a ser imposible vivir rodeado de una villa miseria. Mucha gente se dio cuenta de que para vivir la Argentina tenemos que estar todos los argentinos bien. Hay mucha gente a la que yo le tenía prejuicio.

A todos ellos los conoció viajando. En auto. O en avioneta. Siempre invitado por gente gruesa que quería ver de cerca a ese dirigente furibundo, con gran capacidad de liderazgo, seguido especialmente por los que desconfiaban de la cúpula de las entidades agropecuarias, que además de defender a los suyos, en los hechos, también los defendía a ellos.

Nada fue premeditado. Pero en las rutas De Angeli le puso el cuerpo a una protesta que juntó a los grandes empresarios agropecuarios, siempre sigilosos, con los más fieles representantes de la clase media rural. Como él, un productor mediano tipo de Entre Ríos: arrendatario y contratista. Que se fundió en la década de los 90, como tantos. Resurgió. Y, como todos los chacareros que consiguieron sobrevivir a la plaga del liberalismo, acumuló, desde 2002 para acá, billetes, máquinas y ganas de prosperar.

–Yo creo que la gente me sigue primero por mi dialecto campechano. Por mi forma de hablar. Segundo, por algunas muestras de mi vida, que a lo mejor interesaron a la gente. Como cuando encontré un maletín lleno de dinero en la década de los 90 y lo devolví, aunque me estaban por rematar la casa. Y después muchos preguntaron quién era yo y qué hice en mi vida. Fijate que en la AFIP me buscaron de todo. Y no encontraron. Venimos de una familia de inmigrantes italianos donde la honestidad había que tenerla. Cuando era chico, si no eras honesto o si le faltabas el respeto a un mayor, era fija que había una paliza. A un tano como mi padre no le importaba la edad para pegarle una trompada a su hijo.

De Angeli se instaló en Gualeguaychú en la década de los 80. Y tardó muchos años en hacer su debut gremial. Recién en 1997 participó de un tractorazo contra el Banco Nación, que, por entonces, amagaba rematarle los campos a cientos de productores. Fue apenas el principio. “El Melli”, como les dicen a él y a su hermano mellizo Atilio, se fogueó en las protestas rurales y, más cerca en el tiempo, participó activamente de la lucha contra la instalación en Fray Bentos de la pastera de la compañía Botnia. En marzo de 2008 tenía 51 años y ya era un dirigente de peso de la Federación Agraria. El azar hizo que estuviera en el principal foco de tensión de la protesta. Fue cuando unos trescientos camioneros –enviados por Pablo Moyano, el hijo del líder de la Confederación General del Trabajo– intentaron impedir el corte que él dirigía en el cruce de las rutas 12 y 14. Los móviles de televisión corrieron al lugar. Y por meses lo enfocaron, día y noche, siempre en primer plano.

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