Narcotraficantes en la mira

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Anticipo exclusivo de País Narco, el libro de Mauro Federico

Joaquín Núñez trabajó por más de cuarenta años como sacerdote metido entre los desesperados de siempre. Cambió la geografía. A fines de los años sesenta estaba junto a los obreros del surco acompañándolos en la tarea de conformar las Ligas Agrarias.

Los proveedores de la muerte no se lo perdonaron. Durante siete años fue torturado y conoció las cárceles de toda la provincia. Desde allí siguió ofreciendo misas e incluso les enseñó a sus compañeros de Coronda a producir vino con pasas de uva. Cuando salió, fiel a sus creencias, obstinado en su media sonrisa permanente, tozudo y fornido como su cuerpo retacón, se encarnó en una villa del oeste rosarino. Porfió hasta la exageración para que se concretara una cooperativa de cirujas y enfrentó a varios representantes del poder político de la ciudad. Lo recluyeron en el Convento San Carlos de San Lorenzo, allí donde los granaderos y San Martín pelearon por primera vez el 3 de febrero de 1813 y desde ese lugar siguió en la suya. “Se vive y se mata por la droga en los barrios marginales. En nuestra pequeña realidad de unas treinta manzanas, en los últimos años se murieron diez adolescentes por la droga. Muertos o matados entre ellos o en enfrentamientos con los policías por el negocio de la droga. Eso pasa en la zona de Villa Banana”, señala Joaquín.

“Por eso me pregunto, ¿cómo vamos a hacer para no morirnos?¿Cuánto tiempo vamos a subsistir y cómo?”, dice por último, antes de volver, como siempre, a insistir por la construcción de un mundo justo y solidario.

El sacerdote Edgardo Montaldo hace treinta años que construye conciencia en la zona norte de Empalme Graneros, barrio rosarino en el que sobreviven más de treinta mil personas, entre vías férreas solitarias y latas atravesadas de cartones que simulan ser casas. A veinte años de los saqueos, Montaldo, encargado de un grupo de trabajadores sociales que le dan de comer a 1.600 chicos todos los días del año, pone en blanco y negro las diferencias existentes entre lo que ocurrió entonces y lo que hoy sucede en esas barriadas rosarinas.

En estos treinta años “siempre hubo robos en la escuela, en la capilla, pero con la ayuda de la gente se sabe dónde fueron las cosas o quiénes se las llevó. Cuando el grupo estaba oficializado, como sucede hoy día, llámese venta de drogas, robo, delincuencia, la policía nunca se entera o hace desparramar las cosas en lugares distintos”, recuerda Montaldo.

El sacerdote agrega que “ésto se da por el uso que se hace de la pobreza, de la gente, y todo con una gran impunidad”.

Pone como ejemplo una situación cotidiana en el barrio. “En una de las esquinas, donde van a ver acampados un buen grupo de jóvenes y adolescentes, -siempre con el porrón, la droga - ahora hicieron una ermita porque en febrero balearon a uno de sus compañeros”. Los que lo balearon “también están en la droga. Lo hicieron por un ajuste de cuentas. Y siempre, sin embargo, cuando llega la víspera del día 22 de cada mes, me llaman para que oficie la misa”, dice Montaldo. “Nosotros hicimos cualquier cantidad de capacitación laboral, los últimos dos fueron cursos de albañilería y azulejistas. Maravillas. Por cinco meses esos chicos, esas mamás, cobran un sueldito. Pero terminado eso, asadito de despedida y chau chicos, no les puedo dar más nada. Ahí tienen la droga, la calle, la delincuencia. ¿Dónde van a sacar las cosas?, concluyó el sacerdote.

Para Montaldo, “hoy no hay soluciones para esos chicos que molestan en la calle. Ellos están diciendo no queremos ser delincuentes. Pero la respuesta que se da es llenar de canas las calles y sacarlos a los chicos porque afean el paisaje, no porque sea un peligro para ellos”. Sin embargo “los mismos canas van a seguir de largo frente a esa droga, o ante la verdadera delincuencia pero se paran frente a chicos y les sacan las bicicletas porque no tienen los papeles en regla”.

Recuerda que alguna vez le ofrecieron tener “entrada directa a la Quinta de Olivos” a cambio de que despejara el barrio Ludueña de ciertos grupos políticos.

A la hora de rememorar los saqueos, Montaldo sostiene que “en ese tiempo los chicos andaban con hambre y sueño porque en el turno opuesto al horario de la escuela iban a cirujear o vendían en la calle. Yo desafiaba a cualquier escuela a ver si tenían el movimiento que tenía el kiosko de la nuestra. Ese dinero lo usaban para comer”, dice el salesiano con la mirada iluminada.

El presente agregó una realidad más para los pibes. “Hoy día se creó una necesidad más, que es la droga. Ya no solamente es el hambre”, reflexiona.

Uno de los principales indicadores que señala la profundidad de la crisis en el presente de Empalme Graneros y Ludueña Norte, “son las caritas de los chicos”.

En los últimos tiempos “hubo muchos velorios de pibes, casi todos relacionados con el tema de la droga. Ahora, en las últimas vacaciones, me conocí el Village en todos los horarios. Tenía que ir a buscar a los chicos que se escapaban de sus casas. No querían volver por el maltrato que recibían”.

A pesar de todos los pesares, Montaldo sigue en el barrio acompañado por decenas de trabajadores sociales que intentan, como él dice, “defender la vida ante un proyecto de muerte que siempre llevan adelante los que despojan a las mayorías. Nosotros, en todo caso, seguimos del lado de los acusados”, sonríe el sacerdote y hasta parece que no hay cruces eternas.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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