Por Pablo Rochi
Hay historias que merecen ser contadas, y más aún cuando se trata de un protagonista que disfruta de un momento único. La velocidad con la cual pasó a ser un futbolista más a un proyecto sumamente interesante parece de cuento infantil. Sin embargo, todo es verídico y este punto de partida es el principio de una carrera deportiva que no tiene techo.
Patronato alcanzó un triunfo memorable, de esos que quedarán bien guardados en el archivo de las grandes hazañas. El 1 a 0 a River tuvo muchas aristas para analizar y destacar, pero en sí bien vale la pena resaltar la labor de Leonardo Acosta, el paranaense que anotó el gol e inscribió su nombre en los recuerdos inoxidables.
El volante llegó a Patronato más por perspectivas de los dirigentes que por intuición del técnico. Al principio fue resistido, más que nada porque no fue un refuerzo solicitado por el entrenador. Hoy es un hombre fundamental en la estructura y también un “negocio” rentable de cara al futuro de la entidad.
Acosta tiene un recorrido llamativo que nace de su talento, que tuvo un parate por las necesidades y urgencias de la vida y que actualmente disfruta de un momento increíble.
Los primeros pasos
Leonardo Acosta nació el 10 de noviembre de 1985. De familia humilde, el fútbol pasó a ser de una diversión a una perspectiva de vida. De chico jugó en Universitario, club del cual es hincha. Siempre mostró habilidad y buena técnica, a tal punto que a los 13 años Tato Céparo lo contactó para una prueba en San Lorenzo de Almagro.
En el club de Boedo lo aceptaron, siendo uno de los chicos que se sumó a las divisiones menores. Su hospedaje en Buenos Aires fue en la casa de un pariente, no en la pensión del club.
En San Lorenzo estuvo un año y se tuvo que volver porque para su familia se hizo insostenible que viviera en Buenos Aires. Las necesidades fueron tantas que Leo no sólo regresó a Paraná, sino que tuvo que dejar de jugar y se puso a trabajar en la verdulería de su papá, ubicada en Rondeau y Churruarín.
Las obligaciones pudieron más que ese deseo incólume de seguir jugando a la pelota. Para despuntar el vicio, Leo jugó con sus amigos en algún torneo libre.
Fueron varios los años en que estuvo alejado de las canchas oficiales. Universitario, el club de sus amores, fue el lugar que eligió para volver a jugar en los torneos de la Liga Paranaense de Fútbol. Tenía 19 años cuando sus amigos le insistieron que regresara al equipo.
Eso sí, no fue el mejor retorno. Mario Redondo, el técnico que por aquel entonces devolvió a Universitario a Primera, aceptó la vuelta de Acosta. Corría el año 2006. Aquella vuelta quedó bien marcada para él: el DT decidió echarlo en la primera práctica por indisciplina.
Pocos días después, Redondo vio en un terreno lindante a la cancha de Universitario a un grupo de jóvenes jugando un picadito. “¿Quién es aquel flaquito?”, preguntó el entrenador. “Leo Acosta, el pibe que vos echaste el otro día”, le dijeron. Después de aquel episodio, y con la idea de corregir su imagen, Acosta volvió a pedir permiso para poder jugar en La U. “¿Puedo entrenar?”, le preguntó a Redondo, quien recordó el episodio anterior. “Bueno, pero te vas a poner las pilas, si no te vas”, le contestó.
A partir de ahí la historia tuvo su primer gran capítulo. Según muchos recuerdan, Acosta debutó en Primera ante Don Bosco. Lo hizo de doble 5 junto a Hugo Steinert. Ese día Universitario ganó 2 a 0 con dos exquisitas asistencias del protagonista de esta historia, quien la rompió en ese encuentro.
(Más información en la edición impresa de la revista ANALISIS)
