Usar la fuerza del otro: la política de los judokas

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Sectores radicales de Entre Ríos avanzan en un acuerdo con el Pro

Antonio Tardelli

La elección del domingo en Marcos Juárez, Córdoba, donde se impuso una coalición integrada por macristas, radicales y juecistas, es más relevante por sus componentes simbólicos que por su trascendencia real.

Se trata de comicios numéricamente poco importantes pero el sólo hecho de que el conglomerado opositor haya podido articular una propuesta única, suceso amplificado por el resultado final, le otorga relieve.

Para opositores desacostumbrados a la victoria –los triunfos vienen cada vez más salteados– es natural solazarse frente a una receta que el domingo entregó una alegría.

Puede golpearse el pecho el Pro: ha ganado llevando a la rastra a radicales y seguidores del senador Luis Juez, que por origen, en ambos casos, debieran ser refractarios a cualquier acercamiento con el espacio de Mauricio Macri.

El triunfo, pródigo en dueños, le levanta los brazos a dos victoriosos a lo Pirro: la UCR y el Frente Cívico de Juez, que desdibujan su identidad detrás del jefe político que en las últimas décadas más lejos llevó a una fuerza política inconfundiblemente conservadora.

Pero además del Pro, hay otro ganador.

Es el kirchnerismo.

Al gobierno se le cumple el sueño: los opositores se le amontonan por derecha.

* * * * *

Pierde el que sueña que pierde.

Las profecías, por formuladas nomás, se les cumplen a quienes las formulan, sobre todo si son desagradables.

Los relatos pueden ser denunciados por embusteros pero en la práctica se los acepta como buenos.

Es, en alguna media, lo que le sucede a la oposición.

El gobierno nacional expresa un modelo extractivista, de reprimarización de la economía, en el mejor de los casos con algún ribete neodesarrollista, pero se reconoce como progresista, popular o centroizquierdista. Es el sitio donde más cómodo se siente.

La oposición, a su turno, denuncia el relato, la construcción de un discurso y la edificación de un escenario. Pero de inmediato toma el relato como veraz, intenta construir un discurso acorde a él y juega en la cancha marcada por el adversario falaz.

La oposición no le cree al gobierno que sea de izquierda.

Pero lo corre por derecha.

Lo denuncia por presentarse como progresista.

Pero lo combate sacando a relucir su faceta conservadora.

Ese perfil opositor, el que amplifica la foto de Marcos Juárez, convirtiendo al radicalismo y otras variantes en furgones de cola, es el que se acaba de fortalecer.

Es un dato de importancia relativa pero insoslayable en Entre Ríos.

* * * * *

Sedienta de poder, cansada del llano, la oposición convierte la política en un ejercicio aritmético.

El cordobés Oscar Aguad, mentor del acuerdo con el Pro y expresión más notoria del ala conservadora del radicalismo, juega a la alquimia. Fantasea. Imagina escenarios que, naturalmente, le reservan un lugar.

Arroja un señuelo a los referentes de Unen. “Hay que definir una fórmula que puede ser Julio Cobos-Hermes Binner. Es una fórmula impresionante”, califica entusiasta. Agrega que ese binomio puede competir con Macri en las primarias (¿se pensará como su compañero de fórmula?). El ganador, concluye, tiene destino de Presidente.

El análisis se completa con una calculadora que se convierte en promesa para los deseosos de cargos. Hay para todos o al menos para muchos, insinúa. “Sería un frente electoral que se llevaría por lo menos cuarenta diputados nacionales y más de diez gobernaciones”, se envalentona Aguad.

Esa clase de razonamiento importa no sólo por la definición nacional sino también por su traslado a la realidad entrerriana. La lógica del cálculo, de la acumulación a secas, es la que gana a sectores del radicalismo bien representados en Entre Ríos por el intendente de Maciá, Ricardo Troncoso.

“Tenemos que juntarnos todos. Solos no llegamos”, ha dicho el intendente.

Es idéntico a lo que, ahora con un buen ejemplo a mano, propone Aguad.

* * * * *

Las elecciones no se ganan únicamente con la penetración vertical del candidato. Tampoco confiando exclusivamente en la gravitación del marketing, los medios y la propaganda.

De igual modo no se alcanzan victorias con el mero aparato. Las organizaciones partidarias siguen luciendo imprescindibles, mas nada garantizan.

Tanto el desarrollo territorial como la comunicación masiva siguen siendo relevantes, aunque en una proporción dinámica que, al margen de lo meramente instrumental, adquiere trascendencia en virtud del modo de entender la política que cada una de las componentes supone.

El tema, como lo revelan algunas interpretaciones del resultado electoral de Marcos Juárez, ha sido todo un dilema para el espacio de Macri, que en Entre Ríos halló en Alfredo De Ángeli un referente que combina militancia sectorial, cercanía con el territorio y amplio nivel de conocimiento.

Lo que le falta al Pro de Entre Ríos, una estructura, ya no será como el año pasado el peronismo no kirchnerista, que en sus diferentes variantes se encolumnará con el Frente Renovador de Sergio Massa. La UCR, que todavía conserva un desarrollo territorial aceptable, le puede proveer eso que necesita.

Quien mejor lo entendió, sobre todo por afán internista, fue Troncoso. El intendente de Maciá gana centimetraje liderando a los jefes municipales de su partido. Desde el Pro le encuentran una explicación política: sostienen que no es casual que sean los intendentes, o sea, quienes cargan con responsabilidades de gobierno, los más atentos a los supuestos clamores por la unidad opositora.

Como sea, es Troncoso quien expresa localmente la variante radical más propensa a aliarse con el socio derechista. Otra vez el ex diputado acumula adentro con agentes externos.

Ya lo hizo con el gobernador Sergio Urribarri. Su rol de interlocutor privilegiado del Poder Ejecutivo, que le acarreó serios desencuentros con referentes de su partido, lo convirtió en un abrepuertas necesario para la UCR.

Ahora, jefe de los dialoguistas con el Pro, lo hace con los macristas.

Desde su rol de opositor interno, Troncoso encuentra afuera lo que no ha terminado de construir adentro de un radicalismo ciertamente fragmentado.

No tiene mucha fuerza propia pero en eso no es original. Nadie tiene demasiado.

Su hallazgo, en todo caso, es la de haberse convertido en un judoka, esos atletas que se imponen menos por su propio potencial que por usar en su provecho el empuje del rival.

La apuesta de Troncoso es emplear la fuerza del adversario, llámese Urribarri o Macri, como un recurso propio.

No le está yendo mal.

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