P.J.C.
¿Pero realmente son amigos todos los que comparten tu página de Facebook? Conocidos hay muchos; amigos, pocos pero buenos.
Hasta que Facebook hizo su aparición a nivel mundial, hace tan solo once años, la amistad era otra cosa. Ni mejor ni peor. Las redes sociales ayudan con los amigos que viven en ciudades lejanas, para encontrar personas que hace tiempo no vemos y hemos perdido su rastro, o para quienes lo utilizan como una herramienta publicitaria masiva y gratuita.
Tener un amigo o una amiga es un acto de confianza y desprendimiento, en el que prima la empatía, la sinceridad, la solidaridad y sobre todo la aceptación recíproca. Y la amistad es justamente eso. Suele nacer espontáneamente, sin aspavientos ni alardes, sin más objetivo que juntar lo mejor de cada quien y alinearse mutuamente. ¿Por qué decidimos que una persona sea nuestra amiga y en cambio otra no? No lo sé. Tendrá que ver, supongo, con muchos factores relacionados con la visión y condición que tiene cada quien como ser humano acerca de los demás.
Internet, la interconectividad, la globalización, las redes sociales, todo eso viene trastocando la forma tradicional de encarar y al mismo tiempo, cultivar una amistad seria. Hoy en día, nuevos valores están suplantando los viejos. Un emoticón sustituye al abrazo; unfollow(“Seguir” en Twitter), al perdón; los mensajes de texto ya están sustituyendo abismalmente a la comunicación hablada. Ya pocos –muy pocos- lloran en el hombro del amigo; más y más mortales lanzan sus lágrimas, condolencias o felicitaciones sobre la pantalla de su notebook o tablet, ya sea en una conferencia vía Skype o en un video de aficionado colgado en Youtube. No hay piel de por medio, ni siquiera un gesto de consuelo con la palma de la mano sobre el hombro. De forma general, existe un sentimiento de enajenación a sabiendas, a causa de no tener la necesidad de involucrarse demasiado.
(más información en la edición gráfica número 1024 de ANALISIS del 16 de julio de 2015)