Por L. T.
(Especial para ANÁLISIS)

En el Casino de calle 25 de Mayo, entre 9 de Julio y Belgrano, de Paraná, se ven estos vicios. La pereza no figura. A nadie que le pese su cuerpo se le ocurre internarse un domingo a las diez de la noche en este lugar. Pero sí lo hacen los ambiciosos, quienes llevan la palabra avaricia tatuada en la frente, los que son atraídos como abejas a un panal.

Una joven que trabaja en la casa que nunca pierde dinero, que viste pantalón negro, camisa blanca y chaleco dorado, indica que las 356 máquinas que se expanden en el Casino están ocupadas. Mientras, quienes esperan por un tragamonedas libre, merodean al acecho. Otros, que también aguardan su turno, optan por hacer tiempo en el bar o se prenden a una partida de póquer o vuelta de ruleta.

El edificio es amplio: una caja de zapatos rectangular que encierra desgracia o gloria. Al piso lo cubre una acolchonada alfombra roja, amarilla, naranja, celeste y violeta. Estos colores dibujan un espiral que se entreteje entre sí. El ambiente no está contaminado, los pulmones libres de humo. Así lo ordena el cartel de la entrada que recibe al “invitado”, que debe tener más de 18 años.

“¡Mierda, mierda y mierda!”, grita un viejo, que pisa los 80 años. Un hombre de traje negro, con semblante de agente de los servicios de inteligencia, se le acerca y le pide que se relaje. El desquiciado no obedece, continua con su berrinche hasta que se acerca otro fortachón y se siente acorralado, se resigna.

El Casino es luminoso. No permite evidenciar qué hora y clima se manifiesta afuera de las cuatro paredes. Dentro de la caja de zapatos se pierde la noción del tiempo. Quienes mandan en el lugar optan por mantener en estado vegetativo, de falsa conciencia, a los adictos al juego.

Los ludópatas se aíslan de la realidad, del hermoso domingo de agosto que mantuvo una jornada de primavera anticipada en la que cualquier alma hubiera optado por adentrarse en el aire libre de la Costanera de Paraná y no sumergirse en un edificio que obliga a vaciar los bolsillos y mirar idiotizado una pantalla multicolor con sonidos agobiantes.

(Más información en la edición gráfica número 1028 de la revista ANALISIS del 10 de septiembre de 2015)