La galera del periodista

Edición: 
1030
El libro “La piñata”, un éxito editorial de Alconada Mon

Por Hugo Alconada Mon

—¿Por qué nunca me atacaron? —le pregunto al hombre, ícono de los sótanos kirchneristas donde se oculta la corrupción.
—Porque vos tenés información, y eso lo respetamos. Vos no hacés operetas, como máximo caés en ellas, y no cobrás —dice.
—A Enrique Olivera le inventaron dos cuentas secretas en Suiza y Estados Unidos —le retruco, en alusión al ex jefe de Gobierno porteño y candidato opositor en 2005 al que carpetearon desde el oficialismo—. ¿Por qué a mí no?
El hombre no dice nada. Sonríe.
—¿Usted sabe que siempre tengo la sensación de que estoy escribiendo sobre el conejo que tengo delante de mis ojos, mientras a mis espaldas pasa un elefante rosa en zunga haciendo la vertical y no me doy cuenta? —le digo.
Entonces sí, el hombre de los sótanos habla.
—Es exactamente así —asiente, mientras mira hacia la ventana—. Ustedes los periodistas apenas si arañan la superficie.
El elefante está ahí, pero no logramos verlo.
Porque nos perdemos en contar los detalles de los conejos de turno.
Porque nos concentramos en el árbol y no vislumbramos el bosque.
Porque el elefante es el sistema.
Un sistema de corrupción que abarca a políticos, empresarios, dirigentes sociales y medios, beneficiado por una sociedad que valida con su desinterés o, peor, con su apoyo explícito los desmanejos institucionales (en el Indec, la unidad antilavado o la Fiscalía de Investigaciones Administrativas, entre otros) o los actos de corrupción (que llevan, por ejemplo, al manoteo de la máquina de hacer billetes, a la desaparición de casi 1300 millones de pesos de las arcas públicas que se enviaron a Madres de Plaza de Mayo o, peor, que terminan en muertes como en la «Tragedia de Once»).
«Lo más escandaloso que tiene el escándalo es que uno se acostumbra», dijo alguna vez la novelista y filósofa francesa, Simone de Beauvoir. Y basta con observar la pasividad con que la sociedad argentina tolera también las violaciones a sus derechos más elementales que padecen los Qom. O que tantos dirigentes, por ejemplo, ingresen pobres a los clubes y salgan multimillonarios gracias a los fondos de Fútbol Para Todos, mientras los clubes que dicen amar van a la quiebra y los barras se muestran dueños de las canchas.
Esa pasividad social es, en parte, consecuencia de los pésimos resultados que muestra el Poder Judicial a la hora de investigar al poder político y económico. Por falta de herramientas, por franca incompetencia o, también, por corrupción. Pero también es su causa.
Es como la paradoja del huevo y la gallina.
¿Qué viene antes? ¿La falta de resultados institucionales o el desinterés social?
Porque sí, en efecto, un estudio de la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia (ACIJ), el Centro para la Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica (CIPCE) y la Oficina de Coordinación y Seguimiento en materia de Delitos contra la Administración Pública (OCDAP) —un organismo del Ministerio Público—, determinó que las investigaciones sobre corrupción en la Argentina tardan, en promedio, más de una década en llegar a la instancia de juicio oral. Y esto, en los casos en que sí llegan a esa instancia decisiva, ya que este tipo de investigaciones sensibles suele concluir antes con «prescripciones masivas».
A eso se suma, según los datos recabados por el CIPCE en un análisis previo de 750 grandes casos de corrupción registrados entre 1980 y 2007 —es decir, los últimos años de la dictadura y las presidencias de Raúl Alfonsín, Carlos Menem, Fernando de la Rúa, las transiciones de Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Duhalde, y el gobierno de Néstor Kirchner—, que sólo se condenó al 3% de los involucrados en esos casos, con un desfalco estimado para las arcas públicas de unos 13.000 millones de dólares.
O dicho de otro modo: si usted roba en la Argentina y tiene la mala fortuna de ser detectado y denunciado, lo más probable es que deba desfilar por Tribunales durante 10 años, pero eso no impide que el expediente se cierre por el mero paso del tiempo y el dinero quede en su bolsillo.
¿Qué puede funcionar como disuasorio en este contexto?
Otra vez, ¿qué es primero: el huevo o la gallina?
Según diversos estudios del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), del Swiss Federal Institute of Technology, de Lausana, y de la Universidad de Tilburg, Holanda, entre otros centros, la solución pasa por la sociedad: «En la vida real el castigo infligido a un engaño tiende a ser el rechazo social».

(Más información en la edición gráfica número 1030 de ANALISIS correspondiente al 8 de octubre de 2015)

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