La helada negra: mitología del interior del interior

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Análisis de La helada negra, de Maximiliano Schonfeld, una película que se detiene en los símbolos entrerriano

Por Ferny Kosiak

Cuando accedo a un link para descargar La helada negra es que alguien se tomó el trabajo de elogiar esta obra que el año pasado resonó en nuestra zona porque la filmación se realizó en Valle María y el director, Maximiliano Schonfeld, es de Crespo. Al hablar con él acerca de las mitologías, de los imaginarios entrerrianos, dice: “Me apropio de historias que muchas veces son contadas como un susurro, como algo que se va pasando de boca en boca. Y en ese tipo de historias creo que es justamente donde trabaja el imaginario. Soy incapaz de hacer un diagnóstico de un imaginario entrerriano porque no tengo ese poder de análisis para poder verlo, pero sí me sirvo de esas historias que son contadas en ciertos lugares, en mi caso en el campo y en las aldeas. Y las bajo a tierra y las pongo en imágenes a mi manera. Yo creo que para crear me sirvo mucho más de eso que de mi propia imaginación. Voy articulando lo que la gente me cuenta. Y creo que todas las imágenes que se crean, los libros que se escriben en Entre Ríos, las pinturas, las canciones, las películas, van formando la identidad de un lugar y serán otras personas las encargadas de ver si hay elementos en común, tanto estéticos como narrativos. Creo que simplemente somos hacedores de eso, yo por lo menos no hago análisis de lo que hago y obviamente me encanta hacerlo en la provincia. Por ahora tengo pensado seguir haciéndolo acá, cerca”.

¿Cuáles son los imaginarios que esta historia de Schonfeld abarca? La historia es simple: en una granja en la que sólo trabajan hombres rubios, el más joven encuentra una mujer morocha, de pelos enrulados, tirada en el amanecer del campo. A partir de ese momento comienza a tejerse la violencia sutil en los detalles cotidianos: los diálogos se construyen sobre imperativos, aunque los silencios son más dominantes; la ropa que usa la muchacha, Alejandra, es de la mujer muerta de la casa; todo en la aldea parecía morir hasta la llegada de la extraña joven.

En la pequeña granja de los Lell, Alejandra comienza a obrar milagros mínimos: desde curar los tomates inservibles por la helada hasta hacer aparecer peces anaranjados en el abrevadero de las vacas. La perra familiar gana la carrera que les permitirá unos pesos extra. Los vecinos comienzan a acercarse con sus pedidos mínimos y con pequeñas ofrendas que van armando un altar sobre un acoplado. Los dueños de casa no están del todo conformes con las visitas constantes pero su economía alcanza el estado para comprar una flamante camioneta y a eso no se le discute.

La tensión está en las conversaciones de los jóvenes que no terminan de conocerse: hay un temor en el joven Lucas y hay un secreto en lo profundo del monte que espera por Alejandra. Un dibujo, un recipiente con maní con cáscara, un vestido, una promesa hecha por la linda del pueblo son los momentos que disuelven el temor de que algo grave va a pasar, o pasó, o está pasando y aún no nos damos cuenta.

La construcción de la mitología de los pueblos entrerrianos, la mitología del interior del interior, se basa en los sonidos de los teros graznando en la madrugada y de la respuesta lejana de los toros bufando con el primer sol; del cacarear de las gallinas después de poner un huevo o de las risas de las niñas que juegan con inocencia pretendida. Los detalles construyen imágenes potentes que apoyan esa atmósfera única: la mugre del galpón lleno de bolsas con semillas, las rutas vacías y de márgenes verdes, los grandes fardos redondos que forman pasillos, las conejeras hediondas en los límites de los patios.

¿Cómo se construye una identidad, una mitología regional? A través de esos detalles, a través de sonidos mínimos como el acordeón que se superpone a los de un videojuego apropiado en los ratos de aburrimiento vacío. Los aros que usa la linda del pueblo son los que compró en la farmacia, los gurises corren sin que ningún adulto los esté controlando, la polka marca el ritmo cadencioso de la seducción del baile del sábado al que algunos acuden con sus trajes típicos y arman complicadas coreografías mientras otros seducen o se dejan seducir subiendo y bajando brazos con rapidez que acompaña a las caderas y contagia alegría pero distancia de cualquier roce inapropiado: la sensualidad está en la invitación, no en límite de los cuerpos.

Una historia mínima y universal, desde Entre Ríos para el mundo.

(Más información en la edición gráfica de la revista ANALISIS del miércoles 7 de junio de 2017)

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