Natalia Buiatti
Norma Beatriz Rodríguez nación en Paraná en el año 1938. Tiene 80 años y una fortaleza emocional que sale de lo común. Hasta sus 18 vivió con sus padres y su hermano. Su padre, José María Rodríguez, fue uno de los fundadores del Círculo Médico (Cirme) de Paraná.
La vida de Norma tenía un destino predeterminado. Como todas las mujeres de su familia, sólo podría desempeñar un rol: servir a los hombres de su entorno. Para delinear minuciosamente ese perfil, su padre y su hermano se encargaron de someterla una y otra vez. La castigaron, le negaron los derechos básicos de ser humano y la despojaron de bienes.
“Dormí ovillada en una cuna hasta que tuve 11 años. Como me acalambraba de noche, sacaba las piernas entre los barrotitos de la cuna y eso me lastimaba. Andaba siempre con la piel de los tobillos levantada. Era ridículo porque vivíamos en una casa de dos plantas y mi familia tenía campos. Sin embargo, yo siempre andaba con vestidos feos, carente de ropa y en invierno me tapaba con una alfombra. Era una vida muy carenciada. Mi padre me preparaba para ser una sombra, cooptada y colonizada totalmente. Para eso tenía que disciplinarme, entonces vivía carenciada. Si había castigo físico lo hacía mi hermano. Mi hermano era más grande y siempre me dejaba moretones en las piernas. Eso me daba vergüenza en la escuela, entonces le bajaba los ruedos a las polleras y delantales, pero las maestras se daban cuenta y preguntaban igual”, recordó en una entrevista con ANÁLISIS.
“Yo los veía a ellos dos juntos y se me licuaba el pensamiento y el cerebro. Era como vivir en un campo de concentración, esperando la sesión de tortura y eso no se aguanta mucho tiempo. Yo lo hice hasta los 18. Todos esos años viví encerrada y me trabajaba la cabeza. Lo único que hacía era leer y me pasaba en la biblioteca, me bajaba todo. Era una bestia, todo el tiempo estaba leyendo. Por eso siempre corrí con ventaja, si no, no sé si hubiese podido, me hubiese anulado como alumna primaria y secundaria. Algunas cosas las entendía; otras menos, pero tenía las herramientas que otros chicos no tenían. Y eso me mantuvo en un nivel de pensamiento activo, si no hubiera terminado con muerte cerebral, o encefalograma plano, como terminó mi mamá que no tenía pensamiento propio, pensaba lo mismo que mi padre”, expresó.
La salida y la vida en Buenos Aires
Norma vivió hasta sus 18 años en la casa familiar, cuando su padre la mandó a estudiar a Buenos Aires. Entonces, con 500 kilómetros de distancia, fue cortando de a poco esos vínculos enfermos. “Hubo una serie de acontecimientos. Mi hermano se iba a estudiar Medicina a Buenos Aires y la presión sobre mí era cada vez peor, porque iba a quedar sola con mi madre y mi padre. Yo tenía que ser la segunda o reemplazante de mi madre. Tenía que llevar la casa cuando mi madre no pudiera, tenía que educar a los chicos de mi hermano cuando volviera. Sólo podría tener algunas horas de docencia. Y de noche debía tocar el piano para la familia. Mi destino era servir a los hombres y no podría tener nada por mí misma. Pero en ese contexto y con ese mandato, hubo una presión familiar grande, de las dos ramas, porque a mi hermano le habían dado la posibilidad de estudiar, para que yo también tenga esa opción. Incluso, los amigos de mi padre presionaron para eso. Y esa fue mi oportunidad”, relató.
(Más información en la edición gráfica número 1074 de la revista ANALISIS del jueves 15 de marzo de 2018)
