Antonio Tardelli
Convendría poner las cosas en su lugar. Sobre todo porque algunos de los ahora aduladores de Bordet son los mismos que no hace tanto, en su anterior ejercicio de obsecuencia, integraban el coro que desafinaba Puerto Montt junto a Sergio Urribarri, el ex gobernador hoy semicaído en desgracia, pensando por entonces que el sueño entrerriano duraría por los siglos de los siglos. Pero el poder y sus lisonjas son inevitablemente fugaces. Por tanto, en el instante más resplandeciente del gobernador, en el mismísimo momento en que se le empieza a reconocer la estatura de líder y la jerarquía de jefe, se torna imperioso analizar las razones de su victoria y advertir que ella obedece, antes que a sus evidentes aciertos, a las gigantescas flaquezas de sus adversarios.
El voto casi uniforme del domingo, que le proporcionó al oficialismo un triunfo cuya magnitud nadie se había animado a pronosticar, remite a razones que exceden la realidad entrerriana. Evidentemente agotado el crédito que la ciudadanía argentina (y la entrerriana en particular) le concedió al macrismo en 2017, los sectores que alternan su voto según las circunstancias eligieron al peronismo gobernante como eficaz instrumento de castigo a la administración nacional. En ese contexto, sí, lució acertada la estrategia bordetista de acordar con todo el universo peronista, encolumnando tras de sí al urrikirchnerismo, y cooptando en el superfrente Creer a expresiones que en otro tiempo difícilmente se hubieran alineado detrás de un justicialista y mucho menos de su perfil.
(Más información en la edición gráfica número 1094 de la revista ANALISIS del miércoles 17 de abril de 2019)