Antonio Tardelli
Paraná, la capital de Entre Ríos, viene entregando estampas desagradables. Es difícil determinar el momento exacto en que arrancó ese ciclo decadente que no encuentra tope. ¿Cuándo fue que comenzó la degradación? Precisarlo no es sencillo. El problema es particularmente delicado: si es que en efecto la ciudad se arrastra barranca abajo, lo hace en un contexto general también de declive. La caída asoma generalizada. Paraná luce sombría en un recorrido de deterioro nacional que se puede medir en décadas. Se descompone en medio de una descomposición más amplia. Al fracaso argentino los paranaenses aportan su propia impotencia.
En medio de la degradación extendida se puede advertir, claro que con desazón, que centros urbanos históricamente semejantes a Paraná no han desmejorado a su sostenido ritmo. Paraná retrocede con perseverancia fluvial. Otras ciudades pudieron estancarse, sí, pero al tiempo que Paraná involucionaba. En la comparación, obstinado cangrejo, Paraná camina hacia atrás todo el tiempo. El problema se inscribe en un contexto regional: de manera ininterrumpida Entre Ríos también ha visto reducida su gravitación política y económica en el concierto nacional.
Hace tiempo que Paraná no encuentra una gestión municipal que pueda ser recordada con orgullo. Los ex gobernantes enumerarán las virtudes de sus respectivas administraciones pero en este caso, como en otros, los debates se ordenan con una lógica diferente de los encuadramientos partidarios: la grieta aleja a la superestructura política de la ciudadanía. Los referentes políticos que se sucedieron en la administración destacarán sus logros o en todo caso insistirán con los atenuantes. La ciudadanía, cuando juzga, expresa sin embargo una perspectiva menos indulgente. Los paranaenses de a pie, que por supuesto son parte del problema, se muestran disconformes con su ciudad.
(Más información en la edición gráfica 1106 de la revista ANALISIS del jueves 10 de octubre de 2019)
