Luis María Serroels

Cuestiones de orden legal, religioso, científico y humanitario han venido confluyendo para que hoy el mundo asista a la anunciada muerte de la joven mujer Terri Schiavo, enfrentada por estas horas a la muerte final como consecuencia de habérsele desconectado un catéter alimentario que la ha tenido en vida latente desde hace 15 años. Todos los recursos han fracasado y los padres de la víctima dependen de que el gobernador de Florida (EE.UU.), Jeb Bush, disponga por decreto que ese elemento le sea reinstalado para subsistir.

Esta historia lleva un lustro de pleitos desde que un juez ordenó retirar el catéter y toda la lucha para evitarlo terminó ahora en fracaso. Hoy, Terri no sólo no recibe alimentos sino que ni siquiera se permite hidratar su organismo. Esta medida determina que la familia la esté velando a cuenta, porque -al menos al momento de redactar esta columna- no se ha certificado su fallecimiento.

Quizás para muchos la referencia a este caso pueda parecer caprichosa y arbitraria su confrontación con realidades de esta insólita Argentina, donde se producen bienes para alimentar 10 veces a su población y que, por causas que al parecer jamás se acierta a determinar con exactitud, existen millones de personas excluidas del reparto a las que, como a la pobre Terri, se les ha desconectado simbólicamente el catéter alimentario, dejándolas libradas a su suerte.

Alguien habló de un acto de mala praxis médica como causal del infortunio de Schiavo y su virtual "muerte en vida". En esa línea bien valdría entonces hablar de lo que podría denominarse mala praxis política. Incurren en ella, desde hace décadas en nuestro país, la mayoría de los políticos profesionales que hacen de la teta del Estado su herramienta para vivir muy bien y del discurso prefabricado, las promesas edulcorantes y la "tecnomentira" retórica el arma más eficaz para acceder a la función pública ejecutiva o legislativa. Y, ¿por qué no?, también los jueces que olvidan dos palabras: "de oficio", a la hora de poner freno a los desquicios cometidos desde el poder gobernante que conculca elementales derechos humanos, subordinando el derecho a la vida a cuestiones de caja.

¿Cuántos Terri soportan en nuestra patria la desconexión de una justa distribución de la riqueza, del acceso a las fuentes laborales, de las aulas escolares y de la atención adecuada de la salud?

Los pobres de solemnidad, masa desamparada que ya nace sin el catéter y cuya cantidad se agranda día a día con aquéllos que se van quedando desconectados, nunca van a conmover al mundo como el caso de la joven de Florida, porque ni siquiera terminan por conmover al orden político doméstico, enfrascado en otros temas.

Los planes sociales de base subsidiaria, falacia cosmética destinada a maquillar las estadísticas sobre desocupación, siguen siendo falsos catéteres. Como también el comedor comunitario y los comedores escolares con los que se busca disimular la falta de la mesa servida en cada hogar.

Los millones de argentinos que habitan ese afrentoso y ultrajante ataque a la dignidad humana rotulado eufemísticamente como "necesidades básicas insatisfechas", con referencias tales como línea de pobreza, límites de indigencia y tantas formas elegantes y decididamente estériles a la hora de explicar lo inexplicable, son parte del escenario en que se desenvuelven los retiradores de catéteres alimentarios y hasta respiratorios que se sientan en mullidos sillones.

Por eso decimos que los millones de compatriotas que sobreviven sin una mínima conexión -y entre ellos miles y miles de niños a los que la política les desconoce los derechos consagrados en pactos con preceptos inobjetables por su contundencia-, constituyen un desafío imposible de soslayar.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)