Claudia Martínez
(especial para ANALISIS)
Pasó más tiempo dentro que fuera de un calabozo. Recorrió varias cárceles del país. Hoy tiene 42 años. Cuidó a la jueza María Malere, rehén durante el motín de Sierra Chica en el año 1996. Dice que la Justicia tiene que ser ciega, que va a ser docente, que Fernanda Aguirre puede que “esté viva y pasándola mal” y afirma que a Lencina lo mataron. Dice que no se arrepiente de haber robado bancos “porque son aves de rapiña”.
Jorge Ibarra llega con el 72 en la remera y se ríe cuando le pregunto por qué el 72. “Es la marca de la remera… No soy cabulero”, aclara.
Ibarra es uno de los internos más celebres de la Unidad Penal Nº 1 de Paraná. Devenido en actor, pasó por más de 40 unidades de todo el país y fue uno de los que supo qué sucedió realmente en Sierra Chica, hace ya diez años, donde se produjo uno de los motines más sangrientos de la historia carcelaria.
“Estoy pasado para la salida un año”, cuenta mientras se sienta en la habitación de 2 x 2 pintada de blanco y vestida sólo con un par de sillas, unos bancos y una pequeña mesa.
Antes de encontrarnos con Ibarra (pantalón de jean, zapatillas y reloj de Boca), pasamos la requisa con éxito. “No sé por qué me hacen revisarla”, dijo la mujer de la puerta mientras un oficial se justificaba en la fría tarde del domingo con un “acá entra cada uno. Sólo cumplo órdenes”, decía mientras revisaban la cartera de esta cronista.
Mientras transcurre la nota, algunos internos se comunican a los gritos con sus carceleros. Ibarra no se ausenta de la charla, nunca. Ni tiembla, ni se pone nervioso.
“Hace que estoy tres años y tres meses”, memoriza y prende el primer “CJ” de la tarde.
Lo condenaron a cuatro años y tres meses por tentativa de robo con armas. Ibarra reincidió en Paraná, pero nació en Villa Tesei, partido de Morón. Entró en marzo del 2003, estuvo nueve años y medio antes preso por acumulación de causas en otras provincias como Santa Fe y Buenos Aires.
“Venía dando la vuelta, venía haciendo un raid delictivo. Estaba tres meses en un lado, tres meses en otro, y robaba y seguía. Tenía distintas condenas en distintas provincias. Hasta que un día todas se acumularon”, cuenta.
Tiene 42 años. Está en esto desde los 18, más de la mitad estuvo detenido. Caía preso, salía y así… se escapaba, robaba y volvía a caer.
-¿Cuánto te queda de prisión efectiva para irte?
-El 3 de enero del 2008. Hay una parte de una ley, que es la ley asistida, donde seis meses antes puedo salir, antes del 10 de julio del 2007. Ahora estoy haciendo una terapia, luego del problema de Lencina comenzó a prepararse a los internos para salir mejor. Lo veo bien. A pesar de que me demora la salida, pero me parece que salimos mejor preparados. A mí el hecho de no haber salido preparado me hizo delinquir de vuelta. Si no te preparan es como si te depositaran en un lugar, cumplís tu condena y ¡ya está! Algún día te vas a ir. Entonces no hicieron nada por mí. Esto que estoy haciendo lo hago de manera voluntaria. Después de lo de Lencina todo el mundo tiene miedo.
-¿Vos no mataste a nadie?
-No… por suerte no. De los que están conmigo ninguno. No todo el mundo que mata cae preso. Hay montón de veces que uno mata y no cae preso, otras que se mata y nunca se sabe quién fue ni cómo.
-Vos sos célebre acá porque pasaste por Sierra Chica...
-Sí (hace una mueca de disgusto). Debería ser famoso por otra cosa y no por esto. Este año, el 2 de abril, hizo diez años del motín. No me condenaron por eso, fui imputado no procesado por ese motín y después desligado totalmente de la causa. El domingo que se terminó el motín sacaron a 28 de la cárcel, luego de ahí sacaron a 12, que son los mal llamados apóstoles.
-¿Vos dónde estabas?
-El motín fue una tentativa de fuga frustrada, no tenía nada que ver con lo que después terminó siendo: algo cruento. La idea era de fuga, una parte por el muro y otra por un túnel. Lo que pasa es que la idiosincrasia de las cárceles de Buenos Aires no tiene nada que ver con las cárceles del interior. Hay muchas tensiones y eso se ve a veces en la televisión. Yo estaba entre los fugitivos. Con 20 años de cárcel no tenía nada que perder. O mejor dicho, la vida. Pero en ese momento no lo pensaba. Sólo tenía que saltar un muro, no había que matar a nadie y solamente, a lo mejor, me tenía que quebrar una pierna. Lo que pasó puertas para adentro de Sierra Chica es otra cosa. Los códigos rotos...
-¿Qué códigos se rompieron?
-Los 12 apóstoles eran mis amigos, la mayoría de ellos. De ellos murió uno, no estoy seguro. De los que salimos murieron dos. Ese día del motín fue una fuga frustrada, había 16 policías y civiles de rehenes. Había un grupo que eran los verdugos, esto es la Policía. Pero había otro grupo que eran los verdugos de presos, el que golpea, los violadores de pibes. Ése era el grupo de los ocho que murieron. Violadores de sus propios compañeros, de los más débiles, de los pibes que entraban por primera vez, 18 y 19 años. Los verdugos de los presos presionaban a algunos internos -sus propios compañeros- para que entregaran a sus hermanas o a sus madres y así generar la prostitución en la familia. “Vos no querés ser mi mujer, entrégame a tu hermana”. El presionado no puede hablar. Donde estábamos nosotros se respetaban los códigos.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
