Luis María Serroels
Desde que el mundo es mundo y la Creación determinó lo que sería el universo, el aire, el agua, el fuego, las especies y las estaciones con sus climas, a lo que los milenios le terminarían adosando la obra funesta del hombre-depredador, el verano nunca fue agradable (“sólo para los ricos”, diría un vecino). Y si a esa temperatura natural pasa a agregársele la cruel Canícula, es decir, el mayor calentamiento que en nuestro hemisferio va del 23 de enero al 2 de marzo, más la aceleración del termómetro político provocada por un atípico y amañado calendario electoral, este inicio del 2007 no puede menos que calificarse de insoportable.
Diversos hechos se han venido registrando para generarle mal humor al ciudadano, poco habituado a estos trances veraniegos a los que debe someterse por el capricho y las necesidades personales de algún que otro gobernante.
Comenzado febrero, el mes que otrora nos regalaba el Carnaval auténtico, del juego con agua de vereda a vereda, corsos espectaculares por la hoy Peatonal San Martín y los multitudinarios bailes de Echagüe y Neuquén (todo eso que un día fue declarado clínicamente muerto), la atención ciudadana no puede eludir los hechos cotidianos de una realidad política cargada de bemoles y tierra fértil para una trenzada proselitista cada día más urticante y menos ética.
La carrera hacia el 18 de marzo, largada bastante tiempo antes del cambio de año, nos fue poniendo los lindes que enmarcarían la pelea, donde ya los contrincantes no serían únicamente de fuerzas opositoras, sino que dentro de un mismo partido la rispidez interna, las fugas hacia otras corrientes, los insólitos retornos al primer regazo bajo el inmoral pero al fin convincente argumento de la concesión de bancas y el extravío de códigos antes insoslayables, rotulan las pujas electorales.
Hoy el discurso, a menos de 40 días de los comicios, se centra en hurgar en cuestiones íntimas de los contendientes, denunciar como malo a lo que antes –habitando el mismo territorio partidario- no se le observaban fallas y hasta condenando gestiones públicas que en otro tiempo histórico, esos mismos cuestionadores, calificaban como las mejores de la historia. La aparición de situaciones aleatorias en el ámbito municipal permite un buen análisis y hasta los desperfectos advertidos en la costanera de Paraná abren cauce para el tiroteo, al que se suman funcionarios legos con veleidades de versátiles especialistas en hidráulica (?).
Esta ciclotimia discursiva y falta de decoro retórico no hacen más que exhibir ante una sociedad absorta la carencia de normas de conducta y hasta la desvergüenza por parte de aquellos que cuando el grito de “que se vayan todos” atronó los aires de la República, se hicieron los desentendidos.
Como era previsible, tarde o temprano aparecerían en el escenario aquellos componentes que muchos políticos -¡los incorregibles, claro!- suelen incorporar como artillería a su arsenal proselitista (en nuestra columna digital dominguera del 18 de noviembre de 2006 ya lanzábamos el “alerta agraviológico”). Desde la oposición, la crítica que, aun con ingredientes de legitimidad y hasta certeza, traduce la carencia de autoridad moral de algunos autores en tanto cuando les tocó gobernar hicieron un verdadero desastre con la provincia. Desde el oficialismo, la falta total de ética de quienes no pidieron licencia en sus funciones para atender la campaña electoral y, peor aún, los que solicitaron permiso selectivo, ausentándose relativamente de un cargo y continuando en otro donde los manejos encienden la suspicacia colectiva.
El uso obsceno y descarado de recursos del Estado para financiar el abrumador mensaje publicitario oficial, con indisimulable propósito proselitista -en medios cuyo alto costo es harto conocido-, la entrega de subsidios y los anuncios grandilocuentes de obras faraónicas de las que no se tienen mínimas previsiones en términos de financiamiento, son patas de una misma maniobra.
Y, como frutilla del postre, reaparece la vieja y arraigada guerra de las encuestas, en la que disciplinados amanuenses dibujan cifras a gusto y paladar de quienes las encomiendan (y las pagan) y que están mostrando guarismos emparentados más con las fantasías que con una seria y razonada interpretación técnica y hasta científica de la opinión ciudadana. Todo esto, adobado con muestras de la antigua demagogia, no es precisamente un dechado de buenas costumbres políticas. Enero fue indiciario y febrero es ratificatorio. ¿Marzo será aleccionador?
Pero hay otros temas que contribuyen al “recalentamiento global”.
Apenas reanudada la actividad plena en el Poder Judicial, tras la feria de enero, un vocal del Superior Tribunal de Justicia sorprendió al anunciar que por mayoría, el alto cuerpo aprobó la decisión de plantear la situación de los agentes respecto del resto de la administración pública en cuanto a viáticos y antigüedad. Llama la atención que desde el máximo órgano judicial de Entre Ríos se apunte a una supuesta equidad en estos rubros y nada se debata para que, en el mismo orden, se reconozca a los demás poderes el ajuste salarial según costo de vida que desde 1933 les acuerda el constitucional Régimen Económico y del Trabajo, del que sí gozan los hombres de la Justicia. Se trata de reajustes periódicos establecidos como intangibilidad de sus haberes, que ellos erróneamente confunden con la perversa y ya desterrada indexación. Tampoco existe para el resto de los agentes el beneficio del enganche en los haberes, consistente en incrementos que se aplican automáticamente a partir de los sueldos superiores.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
