Puentes

Edición: 
755
Por Verónica Toller

Verónica Toller

No hay un día en el año en el cual debamos preguntarnos por qué hacemos las cosas y a dónde queremos llegar con ellas. Por qué las hacemos. Qué sentido tiene este trabajo diario de volvernos puentes entre unos y otros. Puentes: para que haya quienes puedan llegar de una orilla a la otra. Transitables. Sin obstáculos. Al servicio.

Puentes: periodistas. Comunicadores. Los que comunican entre sí a los otros. Los que acercan distancias entre quienes hacen y quienes no hacen, quienes necesitan y quienes pueden dar. O quienes se hacen los distraídos pudiendo escuchar. O niegan respuestas que tienen la obligación de dar.

Cualquier día es bueno para preguntarnos por qué hacemos esto. En el fondo. En la materia. En la sustancia.

Aquello que nos haga “ser”. “Somos” periodistas, no “hacemos” periodismo. Si esto no es de alma, si no se hace carne, no sirve.

Por qué…

Tal vez, seamos periodistas porque creemos en la verdad y amamos la libertad, aunque a veces no seamos todo lo fieles que debemos o que queremos. O que soñábamos alguna vez.

Somos periodistas porque pensamos que aún se pueden cambiar las cosas. Porque sabemos que tenemos mucho para dar. Porque nos gusta buscar, investigar, preguntar, ir más al fondo, entender, saber, explicar.

Porque no nos gusta callar.

Porque no estamos dormidos ni domesticados ni somos obsecuentes.

Somos periodistas porque tenemos en verdad, algo de tontos y de locos. Y terminamos mil veces como Roldán en Roncesvalles, heridos y haciendo sonar un inútil olifante; otro espartano en las Termópilas. Pero pensando que aún así vale la pena.

Porque anhelamos la justicia y sabemos que de ningún modo llegará sola. Que tiene pocos amigos, aunque muchos la declamen.

Porque no somos amos ni esclavos.

Porque tenemos una razón para vivir y para luchar.

Porque dejamos el miedo atrás. O no: el miedo sigue, tantas veces… Lo que dejamos atrás es la complicidad.

Somos periodistas porque sabemos que hay muchos que no tienen voz, y no queremos negarles también la nuestra.

Somos periodistas porque pedimos ventanas abiertas y estamos acostumbrados a golpear puertas. Porque tenemos el alma sin nudos y llena de fuerzas, y los bolsillos flacos antes que la conciencia dolorida. O muda, que es peor.

Somos periodistas porque creemos en la gente. En los débiles, en los niños, en los jóvenes, en las madres, en los que luchan, en los líderes que son claros y en los que trabajan por la paz. Y no nos fiamos de los demasiado poderosos, demasiado llenos de promesas, en los que se aferran a títulos y posiciones, en los que dan la espalda a los que sufren mientras dicen hacer todo por los demás.

Somos periodistas porque tenemos ilusiones. Porque no estamos anestesiados. Porque - sombras fénix - nos consumimos de fuego y nos gusta hacer renacer de las cenizas.

Porque sentimos y nos emocionamos y nos enojamos y lo compartimos.

Somos periodistas porque luchamos por no doblarnos ante las presiones pero nos quebramos en mil pedazos ante el hambre de los niños. Somos periodistas porque no podemos tragarnos los sapos de la mentira y la explotación, del robo y la mendacidad, porque no soportamos callar ante el dolor ajeno, que se hace dolor propio (¿o acaso no duele menos doler que ver doler?)

Porque aprendimos a pedir perdón y decir "nos equivocamos" (o deberíamos aprenderlo).

Porque queremos ser fieles a la realidad, la que se ve y la que no se ve.

Porque odiamos los simulacros.

Porque aún nos queda mucho más que un resto de honestidad.

Porque volamos hasta el cielo con los ojos cuando somos camino entre los que pueden y los que no pueden. Cuando logramos que un funcionario se vuelva hacia el sufriente o que a un corrupto se le caiga la máscara, gracias a nuestro trabajo. Porque sentimos los pies inquietos, la cabeza efervescente y el corazón caliente.

Porque tenemos la memoria en común.

Porque queremos ponerle el hombro a la esperanza.

Porque llevamos una deuda con la vida y anhelamos vencer al desaliento.

Porque aún creemos.

Y algunos somos periodistas porque sentimos adentro la rosa y el cordero y los ¿43? atardeceres diarios de Antoine y su Principito rubio.

Porque cuando teníamos 15 ó 18 ó 20 optamos por pasar los siguientes 40 años de nuestra vida comunicando, volviendo al Principio: a la Palabra, como el Verbo.

Porque sabemos y queremos transmitir que, como decía Chesterton: “Hay un solo pecado: decir que es gris una hoja verde. / Y se estremece el sol ante el ultraje. / Una blasfemia existe: el implorar la muerte; / pues sólo Dios conoce lo que la muerte vale. / Sólo un credo: jamás se olvidan las manzanas / de crecer en los manzanos, pase lo que pase. / Hay una sola cosa necesaria: todo. / El resto es vanidad de vanidades”.

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