Jorge Riani
(desde Fray Bentos)

Unas 17 personas intoxicadas, una imprecisa pero enorme cantidad de palomas muertas, la desaparición de poblaciones enteras de abejas en el sur entrerriano parecen adelantar los temidos efectos de la fábrica de pasta de celulosa que se instala en Fray Bentos. Los efectos contaminantes no reparan en límites nacionales y la sospecha de este lado del río se convierte en certeza en un grupo de obreros de Botnia que, desde la banda oriental del río Uruguay, certifican la manipulación de productos de alta toxicidad. “Es tan contaminante que tenemos que ponernos trajes que todos los días se tiran”, revela uno de los nueve obreros que manipula los bolsones con productos químicos llegados de China, Italia y presumiblemente de Estados Unidos. ANALISIS dialogó con algunos de esos trabajadores para conocer cómo se vivieron desde adentro de la empresa los casos de intoxicación. “Hay un polvillo que da picazón y ganas de vomitar”, contaron. Están convencidos de que el viento desparramó la sustancia que afectó a cuatro mujeres de Gualeguaychú. Pero en la ciudad entrerriana creen que el caso es más grave, y sostienen que la sustancia se potenció por una reacción química que terminó formando una nube tóxica. La contaminación llegó antes de tiempo y nada se sabe de medidas oficiales del gobierno entrerriano frente a esa realidad tangible.

“Es un polvo anaranjado, como escama del dorado, que si lo aspirás te descompone. Te da malestar, vómitos, picazón y dolor de cabeza”. El hombre tiene ya puestas sus botas y un overol azul. El traje de trabajo es un exceso de uniformidad porque la mayor parte del tiempo no se verá: estará tapado por otra vestimenta de aspecto astronáutico de color amarillo. Con ese equipo de tarea da su testimonio y revela el costado oculto de una historia de intoxicación que no reparó en fronteras limítrofes.

Es uno de los nueve operarios de Botnia que trabajan con los productos químicos que generaron la versión de la nube tóxica que tanto dio que hablar en Gualeguaychú primero, y en varios puntos del país luego. No hubo tal nube, y el hecho en apariencia es más grave aun porque más que nube se trató de una atmósfera contaminada que daba de lleno en el estado de salud de quienes eran envueltos en ella. A saber: trece obreros de la planta de pasta de celulosa que ya hace pruebas en Fray Bentos y cuatro mujeres de Gualeguaychú que sufrieron -en grados diversos- la afección de su salud por respirar un producto que hasta el momento es todo un misterio.

Para la empresa se trató de sulfato de sodio. Para los ambientalistas, debe tratarse de algún químico con un componente de cloro, por el olor que dijeron sentir las asambleístas intoxicadas, que eran tres de las cuatro personas afectadas en la localidad entrerriana.

Lo cierto es que intoxicación hubo y ningún ardid alcanzó para frenar el secreto. Es que el grueso de la población de Fray Bentos -vulnerable vector de propaganda favorable a la instalación de la polémica fábrica de pasta de celulosa- empezó a ver con recelo la historia de las bondades de tener en plena urbanidad fraybentina semejante usina de contaminación.

Pero la aparición del miedo no alcanza aún para frenar el hecho consumado de ver toda una ciudad con un movimiento impreso por imperio de las necesidades de Botnia. Los cuatro hoteles están atiborrados de obreros, capataces, ingenieros, jerarquizados, administrativos que pertenecen a la estructura de la fábrica. ANALISIS viajó hasta esa ciudad uruguaya para hablar con los protagonistas directos de la historia de intoxicación. No fue una tarea fácil, y la faceta de familiaridad con que discurre la vida de la ciudad, lejos de ayudar, complicó el intento por dar con todos los protagonistas. La patente argentina en el auto de estos enviados especiales generaba misterio a su paso y provocaba incomodidad en aquellos lugares donde se enclavaba. Pero con los posteriores resguardos fue posible dar con algunos obreros.

La noche cayó sobre Fray Bentos y un corte de luz que envolvió a toda la ciudad parecía agregar algún factor conspirativo a esta historia de secretos bien guardados. No fue necesario mucho despliegue para que los hoteles estén advertidos de contestar un seco “no se hospeda aquí”, frente a algunos nombres que hubiesen podido dar un gran aporte a conocer de verdad qué diablos es lo que manipula Botnia que tanto daño hizo a, al menos, 17 personas.

Pero la noche llegó con el grabador alimentado de testimonios, bajo el obvio reclamo de los entrevistados por preservar sus identidades.

–¿Usted estaba el día en que se produjeron las intoxicaciones? -preguntó ANALISIS.
–Sí, soy uno de los… a ver, déjeme ver… -hace cuentas mentales con los ojos semicerrados y luego responde- nueve en total. Sí, somos nueve los que trabajamos con los bolsones.

–¿Qué son los bolsones?
–Bueno, son los que tienen ese polvillo que es el que intoxicó a la gente. Porque le explico: el tema de la contaminación se dio con el vuelo del polvillo. Es decir, cuando hay viento se vuela. Vuela bastante, no como dicen ellos que vuelan unos gramitos. Los bolsones son de 1.000 kilos de sulfuro de sodio. Con ese polvillo se prepara el licor blanco que es el que destruye la madera y hace la pasta. Los bolsones son chinos, italianos, y creo que el tercero es americano. Los chinos son puro polvo, entonces es peligroso porque el viento los vuela.

–¿Cómo es ese polvillo?
–Es naranja, es como una escama de dorado. Supuestamente al pasar por varias máquinas, al final es puro polvillo.

–¿Y a usted le consta que es sulfuro de sodio?
–Bueno, sí. Es lo que dicen.

–En Gualeguaychú dicen que cuando se sufrieron las intoxicaciones tenía olor a cloro. ¿Ese polvo tiene ese olor?
–No, es olor a huevo podrido. Y es muy bravo.

–Y a juzgar por lo que usted ve, ¿cree que sería posible que haya llegado el efecto hasta Gualeguaychú?
–¡Pero sí! ¡Puede ser que la gente de Gualeguaychú se haya intoxicado, cómo no! Lo que pasa es que hablan de que esto viene de hace tres semanas, pero en realidad viene de bastante antes, esto de trabajar con las bolsas. Todo depende de los vientos, como el de los otros días que era del noreste, pudo haber llevado el polvillo.

El diálogo transcurría fluido. Luego de varias preguntas respondidas, el obrero miró a los tres costados que se abrían frente a sí, con un paredón por detrás. Y entonces lanzó un nuevo pedido: “Mire, no me vaya a poner con nombre”.

Similar reclamo será el de un segundo obrero que agregó su vivencia sobre la peligrosa tarea de manipular los inquietantes bolsones.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)