C. C.
Este jueves por la noche se podrá ver en las tablas del Teatro 3 de Febrero Antígona, la necia. Hay razones de peso para ir a verla. Primero porque es una buena obra y segundo porque el grupo Teatro del Bardo, después de ponerla en cartel durante 10 años y con más de 600 funciones en la provincia, el país y en escenarios internacionales dejará de interpretarla, entendiendo que culminó un ciclo exitoso y que es necesario dar más espacio a los proyectos que el equipo tiene en el presente.
Como se consignaba, una década de recorrer escenarios con diferentes tipos de público, de los cuales se destacan dos: los adolescentes de las escuelas (ámbito en que la obra fue representada gran cantidad de veces) y el clásico espectador de una sala convencional. Cabe preguntarse entonces: ¿qué diferencia hay entre el público de una escuela y de un teatro? ¿Esta doble dimensión con la que se encuentra Antígona le exige cambios en la puesta en escena? La actriz Valeria Folini, intérprete de este unipersonal de gran factura, hace algunos aportes para alcanzar la respuesta a este interrogante. “Hay que hacer cambios, no tanto en la estructura de la pieza teatral pero sí en el ritmo de la obra, cuando la hacemos en la escuela en general la hacemos en patios donde no hay luces y un montón de cosas de la puesta original no pueden estar. En ese caso los silencios que se quieren lograr, el énfasis en hacer presente un objeto, los tengo que trabajar a otro ritmo o incluso sacar, a favor de lograr una mejor atención de los chicos que presencian la obra”, explicó la actriz en diálogo con ANALISIS.
“Antígona es para nosotros, sobre todo en las escuelas, ir viendo qué pasa con el público. El espectador que va al teatro de algún modo tiene una convención teatral incorporada. Un panorama que cambia completamente cuando damos funciones para chicos de un pueblo donde habitualmente no hay teatro, donde además los padres que los acompañan quieren ver de qué se trata. Y probablemente ninguno de ellos hayan visto nunca una obra teatral y están tratando de ver qué se les quieres contar. Es todo un gratificante desafío tener un público así. Porque se trata de un espectáculo unipersonal donde yo desdoblo seis o siete personajes, presentando una gran complejidad”, agregó la protagonista del clásico griego, que puntualizó que el espectador que va a un teatro es como más condescendiente con esa estructura compleja, porque entiende un código y lo acepta desde el momento en que se sentó en la butaca. “El adolescente no, si le interesa se queda y si no se pone a charlar, te grita que estás loca; me ha pasado de todo (risas). Es una lucha, si a los 15 minutos consigo silencio digo para mí “ya está”. Y si no, la sufrís hasta el final porque si no entraron en la propuesta, no entraron y no entraron. Y yo tengo que hacerla entera, y son momentos en que me quiero ir porque ahí van 15 minutos y quedan 45 más”.
Este año la obra se presentó en la Escuela de Artes Visuales por la Semana de la Memoria. También en el Encuentro de Profesores de Teatro en Jujuy y en Paraná otra vez en el Colegio Don Bosco y el Teatro 3 de Febrero en una reciente función en agosto. “Antígona pasó muchos momentos a nivel de analogías. Cuando la hice por primera vez nunca la vi como una analogía ni con la dictadura ni con los desaparecidos. Por lo que muchos me preguntaron: pero cómo, si están enterrando un muerto que no te permite sepultar el Estado. Increíble o no, yo no la hice por eso, en el momento no hice ninguna analogía oportunista. Sin embargo, en el 2000, cuando veo por televisión una noticia donde una madre de Santa Fe está enterrando a su hija víctima de la dictadura, fue el momento en que dije: esto es Antígona”, comentó la actriz que, según cuenta, en esos años, en las escuelas, todavía no se podía hablar de los desaparecidos.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)
