Un cachetazo a monseñor

Edición: 
1037
La ratificación del procesamiento de Ilarraz y la advertencia a la cúpula del Arzobispado

D. E.

“Una reflexión final merecen, sin dudas, aquellas autoridades eclesiales que, amparándose en directivas superiores, guardaron silencio sobre los hechos tan aberrantes que aquí se investigan. Lo mismo para aquellos que debiendo ser inflexibles, optaron por el perdón sin tener en cuenta el dolor de las víctimas. No hay normas por encima de las leyes civiles. Nadie está exento de la autoridad de las mismas. Y si por allí algún desprevenido creyera que su deber de obediencia a alguna autoridad administrativa está por encima de las leyes civiles, deberá entender, de una vez y para siempre, que nadie está obligado a obedecer órdenes o leyes intrínsecamente ilegales, contrarias a derechos que son especialmente protegidos en tratados y convenciones internacionales, que conforman un bloque supranacional para toda la humanidad; y que si lo hicieran, podrían llegar a eludir el juzgamiento dentro de su círculo áulico, pero nunca el juzgamiento por parte de las autoridades estatales, ni -quisiera creer- el peso de sus propias conciencias”.

La frase del camarista Pablo Vírgala, en la resolución avalada por sus colegas Daniel Malatesta y Gustavo Maldonado, sonó fuerte y fue un duro golpe para la cúpula eclesiástica, liderada en Paraná por monseñor Juan Puiggari y por el cardenal Estanislao Esteban Karlic. De hecho, el llamado de atención, fue especialmente para el entonces arzobispo de Paraná, monseñor Karlic, quien al momento de conocerse internamente los abusos de Ilarraz a las víctimas del Seminario, en 1993, se tomó su tiempo para analizar qué decisión adoptar.

Ese joven de un pueblo de Paraná Campaña, que se cansó de los abusos del cura Justo Ilarraz, un día de mediados de 1992, fue clave en esta historia. El cura venía abusando de él desde que tenía 14 años, ya sea en el pabellón del Seminario Menor, en la habitación, en el baño, como así también en un viaje al que lo llevó, a escasas semanas del sorpresivo fallecimiento de su padre. Durante varios meses el chico se guardó lo sucedido. Tenía miedo a la reacción del cura, le costaba dormir por las noches pensando en alguna represalia y fue un hecho que lo marcó por el resto de sus días.

Fue en el ’93, con 17 años cumplidos, que se animó a contarle todo lo sucedido al bedel Pedro Barzán, en los últimos tiempos sacerdote en la diócesis de Sabina-PoggioMirteto, en Italia. Ese bedel lo obligó a relatarle lo mismo a quien en 1992 asumió como rector del Seminario, Juan Puiggari, y a través de este sacerdote le llegó la información a Estanislao Karlic. El entonces arzobispo lo mandó a llamar a la residencia del Parque Urquiza adonde el seminarista acudió acompañado por Puiggari. “Le quiero agradecer esto que hizo, porque de esta manera ayuda a la Iglesia. Poné todo en manos de Dios y rezá mucho”, le indicó.

(más información en la edición gráfica número 1037 de ANALISIS del jueves 7 de abril de 2016)

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