De mujer débil nada. De retroceder menos. Esta mujer diminuta,  alguna vez se sentó a tomar un té con Juan Domingo Perón en Puerta de Hierro. Silvia D’agostino, empresaria,  con 72 años habló sobre esos encuentros, sobre su osadía, sobre el país  y sobre sus sueños.

Claudia Martinez

(Especial para Análisis)

Cuesta encontrar un hueco en su ajetreada agenda. En medio de la pandemia de Covid 19, la directora de uno de los sanatorios privados más importantes de la capital entrerriana, se sentó en su pequeño jardín para charlar con ANÁLISIS. “Estoy arrepentida de haberte dicho que si”, dijo riéndose. Pero igualmente accedió.

“Nací en Paraná, tengo 72, fui a la Escuela Normal, soy maestra Normal, me gustaba ir a la escuela, fui muy competitiva, hasta no conseguir la bandera no paré, ni en el primario ni el secundario. Así como no me gustan los deportes soy competitiva para el estudio”, reconoce.

Cuando terminó la secundaria decidió irse a Buenos Aires a estudiar en la única facultad de economía del país, la Universidad Católica. Egresó en diciembre de 1965 y en ese mismo mes rindió libre para ingresar a la Universidad a la Licenciatura en Economía.

Estuvo 5 años estudiando y otros años más trabajando, después se le comenzó a mezclar la política con la vida. Tiene una hermana médica y creció al lado de un legendario peronista, su padre fue dirigente del Justicialismo, que no se reconoció como tal hasta que no cayó Perón en el 55, según relata su hija. “Yo viví toda la época dura en mi casa, que era como un comité secreto, lo escuchaba a Perón en mi casa” recuerda.

Darse un gusto

La facultad donde estudió era muy estricta en la época que cursaba Silvia: “las mujeres en esa época no podíamos usar pantalones, ni hablar de la actividad política”, cuenta. “Corría el año 66, hacia trabajos que tenían algo que ver, por ejemplo,  con qué planes económicos tenía Irigoyen, qué planes tenía el radicalismo, siempre relacionando mi carrera con la política y la economía”.

“Cuando termino la facultad mi primer trabajo es trabajar en la consultora de Dagnino Pastore, estuve un año con él y cuando terminó ese año, mi padre me quería premiar porque había hecho una buena carrera y demás”.

Muy suelta de cuerpo y casi sin titubear le dijo a su padre que “quería que me pagara un viaje a España para conocer a Perón”.

Y así fue. Viajo sola a los 22 años. Muy joven. Fue divertido porque llevaba cartas de recomendación de mucha gente.

Así con sus 22 años a cuestas, y mucha audacia  se subió a un avión de Iberia. “Iba a lado de un señor grandote recuerdo, que se puso a charlar conmigo, y me pregunto donde iba. Le conté que llevaba cartas y demás. Me dijo que me quería dar un consejo y me dijo: no lleves ninguna carta. Cuando llegues a Madrid, escribile una carta y le contas lo mismo que me contaste”, le aconsejo. Y eso hizo.

“Yo llegue a España y mi madre me había dado la recomendación de un hotel que era carísimo para mi. Entonces hice lo que me dijo ese señor en el avión que con el tiempo me dijeron que era un Ministro de Perón”, dijo respecto de su destino marcado... Tenía que pasar ese encuentro que signó su camino.

“Escribí una carta y en Madrid había un compañero primo amigo de una amiga mía, y me dijo que me llevaba a Puerta de Hierro”. Allí fue Silvia con su amigo en un frío enero madrileño hasta uno de los barrios míticos ubicados en el sector noroccidental de la capital de España. Alejado del centro.

“Cuando llegamos había un jeep verde con militares, -era el régimen franquista  en España- les dije a que iba, me pidieron la carta y me fui”, cuenta Silvia. “Y a esperar. Pasaron dos días y medio y seguía encerrada en el hotel. Recibo el llamado y me invitan a tomar el té”.

Allí fue con frío, en ese invierno europeo, y su baja estatura al lado de un Perón enorme. “También estaba una chica de Córdoba que charlaba mucho, toda una tarde hablando de todo, de ecología, de los cambios que se daban en el mundo”, cuenta.

Perón le decía, a una Silvia D’Agostino que no salía de su asombro, que no entendía cómo los jóvenes como ella lo seguían cuando no habían vivido lo que él vivió o visto lo que él había visto.

(La nota completa en la edición 1115 de la revista ANALISIS del jueves 15 de octubre de 2020)