En nombre de tanto dolor

coronavirus abrazo

Por Luis María Serroels (*)

Hay luchas –las han habido desde que comenzó el mundo- porque existe el hombre. Y con él existen la vanidad, los intereses, el afán de riquezas, el poder sin límites, la ambición desmedida, el  avasallamiento en todas sus dimensiones…

Las razones siempre maduran y afloran, aunque no siempre estén legitimadas, porque el expansionismo está en su propia naturaleza.

Su esencia reina en el espíritu humano y nunca cesará mientras exista el mundo. Ese mundo que se debilita y se quebranta cuando lo sorprende una palabra que incorpora y nunca más se olvidará: pandemia. La que en el año 2020 conoció como el deletéreo  Covid-19.

Al fin y al cabo, y por motivos que siempre surgen, la vida desaparece en la medida en que el óbito se termina saciando como en un juego de epidemias y en una escala de terror imposible de cuantificar.

La humanidad se desespera ante la destructiva madre de los invisibles reducidores de la raza humana, el daño se multiplica y nos abruma ante la imposibilidad de contabilizar tanto dolor. Y la vida sigue su devenir tembloroso.

El apetito de poder insaciable, se ríe del virus. Bajo el nombre de la ciencia, unos inventan la forma de salvar vidas, mientras con el rótulo de la tecnología otros diseñan los armamentos más sofisticados. En tanto los bautizados como coronavirus y en una destrucción silenciosa, se consuma la más vandálica reducción de la raza humana.

También en tiempos muy lejanos, unos y otros de los que jugaron a la guerra supieron de sus rostros transformados, calcularon sus bajas y sobrevivientes, festejaban victorias y lloraban derrotas, evaluando el costo fatal que siempre, como una ley, alcanza a ambos combatientes.

Talvez algunos se desgastaban arriesgando cifras de muertos, heridos físicos y mentales, que al final sólo contabilizan el horror. Toda guerra siempre es ilimitadamente cruel y atemporal, pero entonces ¿dónde reside la diferencia? En ese fenómeno que el mundo empezó a conocer con el nombre de “epidemia” y que se diezmó a guerreros y no guerreros.

Todo imperio decidido a anexar nuevos territorios, pagó el costo de caer en pestes desconocidas y letales.

Por estos meses lo que está soportando la raza humana es un contrincante que no puede catalogarse como un adversario cualquiera: se trata de algo que jaquea al planeta, que no selecciona, no sabe de discernimiento. Pero desde un momento se anunció que “si me cuido yo, cuido también a los demás”.

El enemigo invisible se multiplica, es leal, pero no puede caracterizarse como guerra en tanto actúa de un solo bando, hasta que la medicina logre el éxito definitivo con sus propios batallones. También silenciosos pero al final salvadores y en paz

La deslealtad nunca descansa y conoce sólo una parte a la cual aniquilar. Carece de armas materiales, sin escasas posibilidades de salvación, con un alto sino de fatalidad y sin tiempo de duración. Es lo que el planeta empezó hace varios meses a denominar pandemia y mal maquillada como guerra en tanto no se advierten supuestos contrincantes y sólo víctimas. Una cobardía viral que requiere o no barbijo a la vista, porque sólo le interesa diseminar la muerte y negar el amor de la despedida. Para el virus todo es anonimato pero el amor nunca se ausentará.

Es como sentir que se le hace Pito Catalán al hisopado y tras la muerte lo peor: cercenar el derecho que tiene el hombre a una digna despedida del ser querido, regar con lágrimas al ser amado y sellar en el recuerdo su existencia.

Este Covid-19 que tiene la mesa servida con los 7.600 millones de mortales que habitan nuestra Tierra, nos ha hecho consumir casi nueve meses, todo un  período de advenimiento para una nueva vida. Todo un milagro. Quizás la esperanzadora vacuna y la llegada de un  nuevo mundo redentor.

Estrictamente en lo técnico, se llama a un conflicto bélico a dos fuerzas que desembocan con diversos grados de aniquilamiento. Seres humanos se mueren o resultan con secuelas físicas o mentales y donde se evalúan las fuerzas que, empero, nadie puede decir realmente que triunfó. Pero hoy nadie queda exento del dolor en nuestra civilización del año 2020, en una  contienda inexistente donde hay un adversario invisible. Donde se instala la pandemia,  hay matadores sin rostros y héroes anónimos que luchan denodadamente y hasta ofrendan sus vidas para salvar las de otros. Para hacerle Pito Catalán al Covid-19.

Las guerras con todos los funestos saldos de brutalidad irracional seguirán existiendo, pero sabiendo qué y porqué suceden. Es la imagen de la estupidez humana  en la amplificación del odio. La ambición del poder, el rencor guardado y la ambición inagotable.

Lo que se derramó con desborde arrollador, sin rostro, jamás imaginado, silenciosamente, sólo la vacuna –desde luego si resulta positiva- y la racionalidad, podrán salvaguardar. 

“La Esperanza es desear que algo suceda, la Fe es que va a suceder y la Valentía es hacer que suceda”.

(*) Especial para ANALISIS

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