
Organizaciones sociales y católicas entregan comida en distintos puntos de la Ciudad de Buenos Aires.
Sergio Rubin
Las tradicionales manifestaciones populares de fe en todo el país vienen teniendo un alto nivel de participación que refleja no sólo la religiosidad de muchos argentinos, sino también la necesidad de aferrarse a la espiritualidad en tiempos de ajuste.
Los recortes que permitieron alcanzar el equilibrio fiscal -la famosa “motosierra” de Javier Milei- y que, consecuentemente, contribuyeron a una baja de la inflación, están afectando al consumo. La mitad de la población dice no llegar a fin de mes, según un reciente relevamiento.
Habrá que ver qué impacto tendrá con el paso del tiempo en la actividad económica -que ya venía enfriándose- el alza de las tasas de interés como forma de disminuir la demanda de dólares y evitar su consiguiente suba.
Muchos economistas coinciden en que no había alternativa. Que el ajuste era inevitable. Porque nadie le presta a la Argentina y apelar a la emisión monetaria es fogonear más inflación, que perjudica sobre todo a los pobres.
No pocos parecieron entenderlo y ese fue el gran cambio cultural que introdujo Milei: proponiendo un ajuste -palabra prohibida para los políticos, sobre todo en campaña- que supuestamente pagaría “la casta” política -tan aborrecida por tantos- ganó las elecciones.
Para quien lo sufre, el apretón está afectando cada vez más su ánimo. La estabilidad de precios -en rigor, no de todos los precios- comienza a ser insuficiente. Habrá que ver también el impacto de la reciente suba del dólar.
Cuestiones como el desempleo, comienzan a pesar más entre las preocupaciones de la gente. Las encuestas empiezan a reflejar un cierto cambio de humor e incluso a abrir interrogantes sobre su impacto en las elecciones.
Es cierto que el Gobierno subió el presupuesto para la Asignación Universal por Hijo (AUH) y para la Tarjeta Alimentar. Es un paliativo importante para los más pobres. De hecho, posibilitó una baja de la indigencia.
Pero la clase media-media y media-baja está siendo muy afectada porque si bien se valora la baja de la inflación, hay costos de servicios que siguen subiendo e ingresos -especialmente los informales- que no acompañan.
El Gobierno esgrime que la baja de la inflación redundó en una baja de la pobreza. La Universidad Católica Argentina (UCA) obviamente lo valora, pero advierte que considerar la pobreza solo por el nivel de ingreso es muy parcial.
Porque -dice- hay una extendida pobreza multidimensional referida a las condiciones de vida y el acceso a derechos básicos que la estabilidad de precios no soluciona y que exige una respuesta integral, incluida la educación y el empleo de calidad.
Por otra parte, la Iglesia católica siempre pide que las cargas de todo esfuerzo económico se repartan equitativamente, aunque en la práctica eso termina siendo difícil de concretar.
Entre otras cosas porque la apelación a subir los impuestos a los ricos suena atractiva, pero en un país con alta presión impositiva fomenta la evasión y desalienta la inversión. Las retenciones al campo constituyen un buen ejemplo.
Si bien el catolicismo aporta su vasta obra solidaria -por caso, Cáritas asiste diariamente en sus comedores y con el reparto de comida a más de un millón de personas-, su dimensión religiosa brinda un bienestar espiritual que en momentos en que las necesidades crecen -como ocurrió en tantos momentos de la historia argentina- resulta particularmente relevante, aunque sea menos percibido por la opinión pública.
Las últimas manifestaciones de religiosidad popular en diversos puntos del país fueron un reflejo de la masiva apelación a la fe en medio de las necesidades, más allá de que la creencia de la gente no es de ahora, sino que forma parte del acervo espiritual de buena parte del pueblo argentino y que trasciende toda circunstancia política, económica y social. Pero que en determinadas circunstancias puede ser más explícita.
En la celebración a mediados de este mes de los 125 años de la coronación pontificia de la Virgen de Itatí, en la localidad correntina homónima, sorprendió la cantidad de fieles que participaron -se barajaron hasta 800 mil personas-, más allá de que esta celebración mariana -como la peregrinación juvenil a su santuario- siempre es muy concurrida e incluye diversas expresiones como una procesión náutica.
Lo que dijo el arzobispo de Corrientes, José Larregain, en la misa central fue elocuente: “La Virgen está atenta a lo que nos pasa. Nos alienta cuando la esperanza parece apagarse por las sombras del desempleo, las adicciones, las divisiones familiares, la pobreza o la inseguridad. En Caná, María intercede, y Jesús transforma lo poco en abundancia. Así también hoy el Señor transforma nuestra escasez en bendición”.
Acaso más sorprendente fue que 200 mil personas se congregaron el viernes para las celebraciones centrales de la fiesta de la Virgen de Huachana, en la localidad del mismo nombre en el interior de la provincia de Santiago del Estero, que cuenta con apenas un centenar y medio de habitantes dentro de un departamento, Alberdi, con 20 mil. Incluso, la cantidad de participantes habría sido muy superior porque dura tres días.
En Buenos Aires se aproxima la popular fiesta de San Cayetano, el patrono del pan y del trabajo, el próximo 7 de agosto.
Es habitual que una multitud hace una larga fila con el propósito de pasar delante de la imagen del santo para agradecerle una intención concedida o para pedirle por una. Si bien puede ser exagerado tomarlo como un termómetro social, tampoco debe ser subestimado.
Como viene ocurriendo en los últimos años, no faltará una marcha de las centrales obreras y los movimientos sociales, desde las inmediaciones del santuario del barrio porteño de Liniers hasta la plaza de Mayo.
Lo que obliga siempre a la Iglesia a hacer un equilibrio entre respetar el derecho a reclamar cosas tan legítimas como el pan y el trabajo y, a la vez, evitar una politización de lo religioso.
Por delante vienen otras expresiones de fe multitudinarias como el Señor y la Virgen del Milagro, en Salta, el 15 de septiembre; la fiesta de la Virgen del Rosario de San Nicolás, el 25 de ese mes, y la peregrinación juvenil a Luján, el primer fin de semana de octubre. Será también interesante observar en esos lugares el impacto de lo social en acontecimientos religiosos populares.
En paralelo, el Gobierno y todos los políticos -tan atentos actualmente a las elecciones- deberían reconocer el papel de la espiritualidad en tiempos de ajuste.
(*) Esta columna de Opinión de Sergio Rubin fue publicada originalmente en el portal de TN.